"Y a todos los teólogos y a, los que nos administran las santísimas Palabras divinas, debemos honrar y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida". (Testamento 13)
Los dones de Dios no son solo simplemente una luz para contemplar el misterio, la grandeza, lo inconmensurable. Todo aquello que se recibe es gracia y favor benevolente, y se hace experiencia en la vida. Por eso hay que respetar y venerar a todos aquellos que ejercen el admirable ministerio de ayudar a los demás a encontrarse con Dios, a indicar y discernir el camino de la fidelidad a lo que se ha recibido. Son nuestros maestros y servidores de la fe.
Esos teólogos y ministros son maestros de la fe, no porque sea suya la verdad, sino porque ayudan a que los dones del Espíritu se conviertan en vida.
La fe es un precioso regalo que generosamente el Padre, por el Espíritu, ofrece a todos aquellos que han de seguir la forma de vida de Hijo bendito de Dios. El único merecimiento para recibir este regalo no es otro que la sangre redentora de Jesucristo.
Lee el Evangelio, lo medita, lo pone en práctica, pero no como una regla mágica, sino como la manifestación de la voluntad salvadora de Dios en su Hijo Jesucristo.
La oración continua, el acercamiento a la Eucaristía y la meditación de la pasión de Cristo serán la mejor garantía para mantener viva esa llama que Dios había puesto en su corazón y que se hacía comportamiento existencial de cada día.
Como san Pablo, Francisco solamente quiere oír hablar de Cristo, y Cristo crucificado. Su vivir es Cristo. Su vida está escondida con Cristo en Dios. Si en todas las criaturas se encontraba y veneraba la presencia de Jesucristo, Francisco sabía muy bien que la Iglesia era el campo en el que el Padre había dejado caer los méritos redentores del Hijo.
Si el hermano quiere que descanse sobre el Espíritu del Señor, se ha de guardar de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, detracción y murmuración... Solamente abrasados por el fuego del Espíritu se puede seguir a Cristo y elevarse hasta los mismos cielos para llegar al Altísimo, que es Trinidad perfecta y simple unidad.
15 días con Francisco de Asís. Card. Carlos Amigo Vallejo.
Resumen del cuarto día.
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