Celebramos en este domingo la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Fiesta de la Eucaristía. Un misterio que el Jueves Santo tiene la fiesta de la Institución y el Corpus tiene una gozosa fiesta de la respuesta de la fe. Afirmar el misterio de Dios con nosotros en la Eucaristía, su compañía: que por eso santa Teresa lo llamaba Cristo "Compañero nuestro en el Santísimo Sacramento". Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje y el camino que debemos recorrer cada semana. Comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. La verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios. Jesús va delante de nosotros hacia el Padre, sube a la altura de Dios y nos invita a seguirlo.
La Eucaristía sigue siendo la opción fundamental de nuestra fe. Ante el misterio del Pan de Vida el sacerdote tiene que renovar su adoración, el cristiano confesar que es un misterio que trasciende su inteligencia. La Eucaristía nos pone de rodillas, confunde nuestro orgullo y nos abre a la humildad y al gozo de la fe en la palabra y en el poder de Cristo. Sólo así se convierte para nosotros en misterio de luz y de vida.
Jesús, que tantas veces había hecho de las comidas escenario privilegiado de sus enseñanzas, aprovecha una cena de despedida con sus amigos para impartir su última lección de vida. Identificando el pan partido con su cuerpo y la copa de vino compartida con su sangre, Jesús está resumiendo el sentido de su vida y anticipando el significado de su muerte como entrega y donación sin límites de toda su persona. De este modo, el ritual de la vieja Pascua judía, centrada en el cordero sacrificado en el templo, se transforma en celebración de la nueva alianza entre Dios y los hombres sellada con la sangre que Cristo derramó por todos.
Y Dios, en su amor hacia los hombres, ha sellado su alianza con nosotros con la sangre de su Hijo. Y como ésta es la alianza nueva y eterna, cada día se hace presente el único sacrificio de las única alianza nueva. Es el mismo sacrificio de Cristo en el sacrificio de la Iglesia. Iglesia unida a Cristo en alianza esponsal, en comunión de vida. Por eso el Corpus es fiesta de la Alianza Nueva en la Eucaristía, el arco iris de la paz y de la reconciliación que Dios ofrece cada día. Una alianza que pide un sí de amor, el culto del Dios vivo, una vida que prolonga la de Jesús, hecha amor y servicio.
Nos sentiremos invitados a identificarnos con las actitudes de fondo que le llevaron a entregar su vida por todos. Si no, la "comunión" con él no será expresión de "alianza", es decir, de un modo nuevo de entender las relaciones con Dios y con los demás, sino un rito vacío de contenido. Un pan que se parte y una copa de vino que se derrama. Una persona entregada, una vida para los demás.
La fiesta del Corpus Christi es singular y constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda la comunidad cristiana. Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos hasta el extremo, hasta el don de su cuerpo y de su sangre. La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo.
Cómo podríamos vivir sin Él. En estas palabras de san Ignacio resuena la afirmación de los mártires de Abitina: Sin reunirnos para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y sucumbir. Precisamente de aquí brota nuestra oración: que también nosotros, los cristianos de hoy, recobremos la conciencia de la importancia decisiva de la celebración dominical y tomemos de la participación en la Eucaristía el impulso necesario para un nuevo empeño en el anuncio de Cristo, nuestra paz al mundo. Tenemos necesidad de un Dios cercano, de un Dios que se pone en nuestras manos y que nos ama. El don santo está destinado a quienes han sido santificados.
Y tú, María, que fuiste mujer "eucarística" durante toda tu vida, ayúdanos a caminar unidos hacia la meta celestial, alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida eterna y medicina de la inmortalidad divina.
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