LA NAVIDAD TIEMPO HERMOSO PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO DEL DIOS HECHO CARNE

Este espacio quiere ser un ventana abierta al infinito que es Dios o una puerta abierta al finito, que somos cada uno de nosotros. Todos podemos comunicarnos con Él, porque la oración es el medio que tenemos para expresar lo que sentimos en cada momento. Dios que es amor, ha derramado, gracias a la muerte en la cruz y resurrección de su Hijo, la fuerza y la grandeza de su Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús define la oración: "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (V 8,5). No podemos olvidar que Dios nos ha regalado un año nuevo para que lo aprovechemos en bien de los demás y seamos cada uno de nosotros lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¡Disfrutemos de esta nueva oportunidad!
DIOS ES AMOR Y NOSOTROS TENEMOS QUE SER REFLEJO DE SU AMOR ALLÁ DONDE ESTEMOS.


viernes, 31 de mayo de 2013

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE

"Un cristiano fiel, iluminado por los rayos de la gracia al igual que un cristal, deberá iluminar a los demás con sus palabras y acciones, con la luz del buen ejemplo".
                                                   (San Antonio de Padua).

jueves, 30 de mayo de 2013

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE

 En la vida oculta y silenciosa se realiza la obra de la redención. En el diálogo silencioso del corazón con Dios se preparan las piedras vivas con las que va creciendo el Reino de Dios y se forjan los instrumentos selectos que promueven su construcción. (Edith Stein)  

miércoles, 29 de mayo de 2013

martes, 28 de mayo de 2013

SOLEMINIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO




Signo del banquete escatológico
Hay que ver los milagros de Jesús como cumplimiento de las promesas en que se anuncia el futuro Reino de Dios en el Antiguo Testamento. En ellas se anuncia para estos tiempos la desaparición del dolor y de la muerte y una época de saciedad para todos. Cuando Jesús curaba enfermos y resucitaba muertos estaba diciendo que con él había llegado el comienzo del cumplimiento de estas promesas. Y en esta misma línea hay que ver el signo de los panes proclamado en el Evangelio de esta fiesta. Lo realiza Jesús en el contexto del anuncio de la llegada del Reino de Dios, en que, además de curar a muchos, da de comer a una multitud  como signo de que ya se empezaba a cumplir lo anunciado por Isaías 25,6: Hará Yahvé Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados.  Reino de Dios implica satisfacción existencial de todas las necesidades del hombre. Anunciar ahora el Reino de Dios implica compromiso para empezar a hacerlo realidad ahora.
Alimento básico de la persona humana  es el pan material, que Dios ha creado para todos los hombres, aunque desgraciadamente, por el egoísmo humano, no llegue a todos. Pero este no basta. Alimento básico es también el amor, que alimenta el corazón y que da sentido a la vida. Pero tampoco este alimento sacia plenamente el hambre del hombre, que es cuerpo y espíritu y que tiene hambre infinita de felicidad, bondad y belleza. Es que Dios, como dice san Agustín, ha creado el hombre para él y su corazón está insatisfecho hasta que descanse en él.
Jesús se ha presentado como pan que satisface esta hambre infinita: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed »(Jn 6,35). Más aún, nos  ha dejado en la Eucaristía su presencia real destinada a alimentar esta hambre: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. » (Jn 6,51). La Eucaristía es presencia real de Jesús, el que se entrega para dar vida al mundo.
Como en toda comida, para alimentar no basta comer, es necesario también digerir. Y se digiere la Eucaristía cuando la persona se une a Jesús, « el que da su vida por los demás ». Es importante el vocabulario que empleamos para designar esta comida:comunión, comulgar. Comulgar es entrar en comunión con Jesús. Y no se entra en comunión con Jesús sin entrar en comunión con todos sus miembros, especialmente con los más necesitados. Lo mismo que Jesús vivió para los demás, entrar en comunión con él implica vivir para los demás. Este fue el sacrificio de Jesús y este es el de sus discípulos. Desgraciadamente muchos comulgan materialmente y no entran en comunión con Jesús, y no les alimenta.
En la oración de la misa se pide venerar de tal modo tu Cuerpo y Sangre que experimentemos el fruto de tu redención.  Venerar a Jesús es agradecer su obra y comulgar con ella. Entonces nos alimentará.
La Iglesia recuerda en esta fiesta  que Caritas es fruto lógico de la veneración de la Eucaristía. El que se une a Jesús, se preocupa de todas las necesidades y comparte con los necesitados. Una Caritas floreciente es signo de una comunidad cristiana que venera dignamente la Eucaristía.
Antonio Rodríguez Carmona
Saacerdote de la diócesis de Almería

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE

"La fe no es la simple aceptación de verdades abstractas sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como 
personas que se saben amadas por Dios".
                                                              Benedicto XVI

domingo, 26 de mayo de 2013

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE

"Dios golpea sin cesar las puertas de nuestro corazón. Siempre está deseoso de entrar. Si no penetra, la culpa es nuestra." 
(San Ambrosio)

sábado, 25 de mayo de 2013

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE


Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración.(Padre Pío)   

miércoles, 22 de mayo de 2013

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE

"Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar, te enseña a que hagas cuanto puedes, y a que pidas lo que no puedes". San Agustín.

martes, 21 de mayo de 2013

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE

"Aunque pasen los cincuenta días de Pascua, la fiesta no pasa nunca. Toda asamblea es una fiesta porque en ella se hace presente el Señor".
San Juan Crisóstomo

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Vivir como templos de la Santísima Trinidad
Desde Adviento hasta Pentecostés hemos recordado y celebrado los grandes misterios de nuestra salvación: Dios Padre envió a su Hijo que se encarnó en el seno de María virgen por obra del Espíritu Santo, su nacimiento en Belén, su ministerio público, su pasión, muerte y resurrección, su donación del Espíritu Santo,  su presencia entre nosotros. Ahora, al final, esta fiesta invita a agradecer toda esta obra en conjunto, adorando y alabando a nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Realmente no haría falta esta fiesta, pues este objetivo está presente en toda Eucaristía, que culmina en una doxología en la que, unidos en el Espíritu Santo, por Cristo damos al Padre todo honor y toda gloria. Incluso la Iglesia se opuso por esta razón a los primeros que quisieron introducirla en la Edad Media, pero al final la aceptó en el s.X.
Nuestra fe en la Santísima Trinidad es un acto de obediencia a las enseñanzas de Jesús. Algunos monoteístas, musulmanes y judíos, la critican, porque solo hay un solo Dios. Y es verdad que hay un solo Dios, pero Jesús nos ha revelado en su que él es Dios, junto al Padre y el Espíritu Santo. Por ejemplo, en el Evangelio que se ha proclamado hoy, nos dice que “Todo lo que tiene el Padre es mío”, luego se iguala a Dios Padre; igualmente nos dice que el Espíritu todo lo comparte con él. De forma semejante hemos escuchado en la segunda lectura una enseñanza de san Pablo en la que iguala la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu. Esto mismo aparece en muchísimos pasaje del Nuevo Testamento. Es verdad que la palabra trinidad no la dijo Jesús sino que se acuñó en el s.III por Tertuliano para enseñar este misterio, pero esto es secundario. Lo importante es que Jesús nos ha enseñado esta realidad y la Iglesia siempre la ha creído, enseñado y vivido, aunque, siendo profundamente monoteísta como Jesús, en los primeros siglos tuvo que hacer un gran esfuerzo para aproximarse a este misterio.
Jesús no nos ha explicado el contenido profundo, un solo Dios y tres personas distintas, por ello es para nosotros un misterio que aceptamos con fe, sino que nos ha dicho qué es lo que hace cada persona divina, básicamente que el Padre es origen y fuente de todo poder y vida, que el Hijo es servicio  que nos trasmite la vida divina, y que el Espíritu Santo es amor gratuito y fuerte que nos da esta vida divina.Los tres actúan en común, pero cada uno deja su sello en la acción común. Por ello todo don que recibimos de Dios es poder del Padre, servicio del Hijo, regalo del Espíritu Santo y lo hemos de ejercer como tales, es decir, la vida es un poder recibido del Padre y he de vivirla como un servicio en unión con el Hijo y en contexto de amor en unión con el Espíritu Santo. Y así todas las facetas de la vida: hablar, enseñar, trabajar, servir, paternidad y maternidad, etc. Como dice san Pablo  “hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de poderes, pero un mismo Dios que obra todo en todos (1 Cor 12,4-6).
Esto mismo ayuda a conocernos mejor. Si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de  Dios, es importante conocer cómo es Dios y el misterio de la Trinidad nos ayuda a ello. Si Dios es unidad en la trinidad, el hombre es una persona individual abierta a la pluralidad; por ello el egoísta, cerrado a los demás, traiciona su identidad. Igualmente el hombre es vida-poder, servicio, amor y su vocación es crecer en estas tres facetas inseparables; crecer en hacerse persona para servir mejor y así realizar su vocación de amor.
No se trata de imitar algo que está fuera de nosotros, pues somos templos de la santísima Trinidad, que habita en nosotros por el amor, como nos enseña Jesús:Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.  El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,20-21 cf. 1 Cor 6,19). El hombre, pues, viene de Dios uno y Trino y debe vivir en este ambiente vital. A  él fuimos incorporados en el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y él es nuestra meta final, cuando compartamos plenamente el gozo de la vida trinitaria.
Siendo un misterio central en nuestra vida, la Iglesia nos invita a recordarlo constantemente. Cuando entramos en el templo  y tomamos agua bendita, nos santiguamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, recordando, agradeciendo y renovando nuestro bautismo; cuando comenzamos una acción, nos santiguamos de igual forma, recordando y agradeciendo que lo hacemos con el poder del Padre para servir como el Hijo con el amor del Espíritu Santo. Igualmente esta celebración de la Eucaristía la realizamos plenamente en contexto trinitario, pues el Espíritu nos purifica el corazón, nos capacita para orar y nos une a Jesús, y unidos a Jesús, ofrecemos nuestra vida al Padre y le deseamos todo honor y toda gloria.     
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería


miércoles, 15 de mayo de 2013

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS


El Espíritu Santo, alma de la Iglesia, nos incorpora a Cristo resucitado como miembros activos de su cuerpo
El Espíritu Santo es el gran don de la resurrección de Jesús. Fue el autor de su encarnación y el alma de todo su ministerio que culminó en la  la resurrección y ascensión. Jesús resucitado nos lo da ahora para que nos una a él y repita en cada uno de nosotros lo que hizo en él, ya que la tarea del cristiano es ser un cristo viviente que repite en su vida el camino de Jesús, un camino de ofrenda existencial al Padre. El Evangelio y la 1ª lectura recuerdan que Cristo resucitado da su Espíritu a los apóstoles, por su parte, la 2ª lectura recuerda que todos los cristianos lo recibimos en el bautismo, en que  nos convierte en miembros activos de su Cuerpo.
El Espíritu Santo es el amor y la fuerza de Dios. En el bautismo nos perdona los pecados y nos une a Cristo resucitado, formando parte de su Cuerpo. Como tales, somos hijos de Dios, hijos en el Hijo; recibimos ojos nuevos, los ojos de la fe, que nos permiten ver la realidad con los ojos de Dios. Lo mismo que el microscopio permite ver los últimos detalles de un objeto, ocultos a  la simple mirada humana, así la fe ve lo profundo de la realidad. Igualmente recibimos un corazón nuevo, que participa la fuerza del amor de Dios y capacita para amar a Dios con un corazón fuerte y constante y al prójimo como Cristo nos amó.
Todo esto lo recibimos como miembros del Cuerpo de Cristo, en el cual cada uno tiene su tarea específica al servicio de todo el conjunto. Por ello es obligación de todo cristiano ver la Iglesia como algo propio, de la que es miembro integrante y ver además la tarea específica que ha recibido dentro de ella. Y no hay que identificar Iglesia con culto litúrgico, que es solo una faceta importante, pues  junto a él están también la evangelización y la caridad. La evangelización es obra de todos los miembros de la Iglesia. La evangelización del mundo antiguo fue obra de los apóstoles con la colaboración importantísima de todos los demás miembros y hoy sigue siendo igual; de forma semejante toda la Iglesia tiene que dar un testimonio importante de amor compartiendo sus bienes y trabajando por un mundo mejor, que sea signo del futuro Reino de Dios. La Nueva Evangelización, a la que estamos todos convocados, tiene que ser obra de todos los miembros de la Iglesia.
En este contexto todos hemos de trabajar solidariamente, evitando divisiones, orgullos y envidias, pues estamos en la misma obra, bajo el impulso del mismo Espíritu, unidos al mismo Señor y buscando la gloria del mismo Dios Padre.
La celebración de la Eucaristía es la gran obra del Espíritu. En ella hace sacramentalmente presente al Señor resucitado y su sacrificio y nos capacita a todos para que unamos nuestras vidas a la de Jesús como sacrificio existencial para gloria de Dios Padre. En esta celebración todo debe ser amor, alegría, paz, excluyendo todo orgullo y división.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE


martes, 7 de mayo de 2013

VII DOMINGO DE PASCUA: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR






Seréis mis testigos: Tiempo de la Iglesia, Tiempo del testimonio
La fiesta de la Ascensión invita a tomar conciencia y celebrar un aspecto importante de la resurrección de Jesús: Jesús resucitado continúa realizando su misión salvadora por medio de la Iglesia, pueblo de testigos.
El Evangelio recuerda cómo Jesús explicó a sus discípulos el sentido salvador de su muerte y resurrección y que les dio el encargo de que dieran testimonio en todo el mundo de que esto implica el perdón de los pecados. Después alude a su subida al cielo, bendiciendo como sacerdote. Es el final de su camino terreno en que ha cumplido plenamente la tarea encomendada por el Padre que lo recibe en el cielo. El relato de Hechos lo repite con más detalle. Durante cuarenta días (un ciclo completo) explicó a los discípulos el sentido de su muerte y resurrección y los convierte así en testigos cualificados. Después les manda que, en calidad de testigos, den a conocer esta realidad a todo el mundo. Finalmente sube al cielo y unos ángeles explican que volverá de nuevo en la parusía a coronar la obra salvadora que ahora va a realizar por medio de la Iglesia. Mientras tanto es el tiempo del camino de la Iglesia, tiempo de dar testimonio.
La ascensión no significa que Jesús va a empezar ahora a compartir la gloria de Dios Padre. Lo hace desde el momento de la resurrección. Significa que ya ha terminado el breve período de las apariciones para preparar a sus testigos cualificados. Jesús resucitado no se ha ido, dejando el encargo de evangelizar a su Iglesia, para venir de nuevo al final de la historia, desentendiéndose mientras tanto de la suerte de la misión. Continúa con nosotros, pero de otra forma. Antes estaba en forma visible y material, con un cuerpo terreno, ahora en forma invisible y espiritual, con un cuerpo espiritual, pero sigue siendo el protagonista de la obra salvadora de su Iglesia por medio de su Espíritu. El período de cuarenta días fue un período de transición, preparando a sus discípulos para el nuevo modo de continuar su tarea. Cuando la Iglesia predica es él quien predica, cuando bautiza, es él quien bautiza, cuando perdona, es él quien perdona...
La misión de todos los cristianos, cada uno según la tarea concreta recibida, es continuar la obra de Jesús en calidad de testigos. Calidad de testigos implica una persona que ha experimentado y vivido todo lo que está diciendo y haciendo. No se trata de actuar como un profesional y experto de una doctrina religiosa sino como un convencido de lo que hace porque mantiene una amistad viva con Jesús y es testigo de su salvación. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice cómo la primera generación cristiana cumplió este encargo de dar testimonio: siendo fieles a la doctrina apostólica, compartiendo los bienes, orando juntos, predicando cf. 2,42-47; 4,32-35.
En la celebración de la Eucaristía profundizamos en nuestra calidad de testigos. En ella es Jesús el protagonista que actualiza por medio de su Iglesia su obra más importante, su muerte y resurrección. En ella está presente en la comunidad que ofrece y en el presbítero que actúa en su nombre.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE