La idea que da unidad a todas estas lecturas es que Dios es amigo de la vida. Es el Dios de la inmortalidad, el Dios que llama a compartir fe y bienes materiales y el Dios que se ha mostrado Señor de la vida en Jesucristo. Acogerle puede colmar de fecundidad nuestra existencia.
El Dios de la vida que se compadece de sus criaturas, que ha venido a buscar y a rescatar su imagen, que vivifica con la fuerza que se desprende de su persona de Hijo de Dios encarnado, que ha asumido nuestra humanidad para transmitir la plenitud de la vida divina. El protagonista de ambos relatos es Jesús, Señor de la vida y de la muerte, que inaugura un tiempo de plenitud vital que se alcanza por la fe.
Jesús con estos milagros va revelando la identidad de Hijo de Dios, y va anunciando la Buena Noticia de la salvación de toda la persona humana, cuerpo y alma, hombre y mujer.
Dios no hizo la muerte, ni se complace en la destrucción de los vivientes. Jesús que devuelve la salud a una mujer avergonzada y la vida a una niña muerta, es el Dios de la vida, el que promete una vida eterna, la resurrección de la carne, la vida en plenitud. Nuestro Dios es el Dios amigo, Dios que ama la vida, Dios capaz de resucitar, de arrancar del poder del demonio y de la muerte.
La fe cristiana presenta al ser humano creado por Dios para la vida de una forma integral que abarca a toda la persona. Cristo trae a la humanidad una vida nueva y vence todo lo que impide vivir en plenitud. Una condición para obtener esta vida es la fe, como muestran los dos milagros del evangelio de hoy. Quien tiene fe en Jesús siempre cree en la vida, por difícil que sean las circunstancias. Sabe que la vida que nos ofrece nos ayuda a realizar nuestro potencial mientras vivimos en la tierra y nos sumerge en el amor, la paz y el gozo de Dios por toda la eternidad.
Tenemos que interrogarnos sobre la calidad de fe de los demás, pero sobre todo de la nuestra. Ver en la muerte, la vida, como un paso; ver en Cristo, al autor de la vida y ver su deseo de transmitirla. Tanto la mujer con hemorragias como Jairo estaban atravesando momentos difíciles, pero supieron mantener la esperanza.
Jesús sigue ofreciendo hoy dignidad y vida verdadera a quienes se acercan a él con fe. Su milagro en cada uno de nosotros es, además, una invitación a extender su vida a otras personas y en otros ambientes.