LA NAVIDAD TIEMPO HERMOSO PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO DEL DIOS HECHO CARNE

Este espacio quiere ser un ventana abierta al infinito que es Dios o una puerta abierta al finito, que somos cada uno de nosotros. Todos podemos comunicarnos con Él, porque la oración es el medio que tenemos para expresar lo que sentimos en cada momento. Dios que es amor, ha derramado, gracias a la muerte en la cruz y resurrección de su Hijo, la fuerza y la grandeza de su Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús define la oración: "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (V 8,5). No podemos olvidar que Dios nos ha regalado un año nuevo para que lo aprovechemos en bien de los demás y seamos cada uno de nosotros lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¡Disfrutemos de esta nueva oportunidad!
DIOS ES AMOR Y NOSOTROS TENEMOS QUE SER REFLEJO DE SU AMOR ALLÁ DONDE ESTEMOS.


miércoles, 26 de septiembre de 2012

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO: EL CRISTIANO NO TIENE LA EXCLUSIVA EN EL REINO DE DIOS


Es importante la lección que Jesús da a Juan, celoso porque un exorcista que no pertenecía al grupo de los Doce, expulsaba demonios invocando el nombre de Jesús. No hay que impedirlo, porque “el que no está contra nosotros, está con nosotros”, es decir, el que no está contra nuestros valores, está a favor de ellos.

Jesús enseña que lo importante no es el prestigio de la Iglesia sino la tarea asignada a ella y esta consiste en promover la presencia del Reino de Dios, anunciándolo y combatiendo a Satanás y todas sus manifestaciones, como son el pecado, la enfermedad, la miseria. La Iglesia no tiene razón de ser en sí misma sino que nace al servicio del Reino de Dios; sus miembros deben integrar los valores del Reino y trabajar por difundirlos.

En la tarea del Reino Jesús se sirve de forma especial de su Iglesia, pero no de forma exclusiva. Cristo resucitado ejerce su poder salvífico mediante el Espíritu Santo en toda la humanidad, sobrepasando las fronteras de la Iglesia. Esto significa que actúa en todas las creencias religiosas, culturas, razas y tiempos. Como dice el Concilio Vaticano II, en el hombre  se oculta “una semilla divina” (GS 3), “semilla de eternidad” (GS 18), que es la gracia de Cristo resucitado, pues en “todos los hombres de buena voluntad, en (su) ... corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual (GS 22). Esto implica que la gracia de gracia de Cristo resucitado, presente en el corazón de todos los hombres, los capacita para pensar, desear y llevar a cabo el bien. Reconociendo esta realidad, Pablo exhorta a los filipenses a integrar en su síntesis cristiana todos los valores que encuentren en la cultura pagana: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros” (Flp 4,8-9).

En esta situación el cristiano no tiene que tener celos ante las obras edificantes a favor de un mundo más humano realizadas por personas no cristianas. Como dijo Moisés (1ª lectura), ¡ojalá todos fueran profetas! Ojalá todo el mundo trabajara por un mundo más justo y humano, como Dios quiere. Al contrario, el cristiano ha de cultivar el espíritu ecuménico y ha de estar pronto para colaborar con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de los valores del Reino de Dios en este mundo. Lo importante no es quién lo hace o en nombre de qué institución se realiza el trabajo sino que se haga la voluntad de Dios, que es el bien del hombre.

Alguno puede decir: si todo hombre puede hacer el bien, ¿de qué sirve pertenecer a la Iglesia? La pregunta en el fondo deja entrever que no se valora la gracia de pertenecer a la Iglesia. Primero, pertenecer a la Iglesia responde a la voluntad explícita de Cristo, porque es la mejor situación para el hombre; segundo, pertenecer a la Iglesia responde a nuestra condición racional que debe saber lo que hace y con qué fuerzas lo hace; finalmente, si los que pertenecemos a la Iglesia y contamos con muchas ayudas tenemos dificultades para trabajar por el Reino, ¡cuántas más las tendrán los que carecen de estas ayudas!

Hoy en concreto la palabra de Dios (2ª lectura) invita a luchar contra todo tipo de abuso del trabajador, invitación importante en esta época de paro abundante, que se presta a abusar de la persona necesitada de trabajar como sea; por el contrario, hay que ayudar al necesitado, especialmente al pobre que no tiene defensas (evangelio). El texto se refiere “al pequeño que cree”, es decir, al cristiano sin formación, al que hay que evitar escandalizar o hacerle caer y salir de la comunidad, que está para ayudar a todos. Jesús invita a ser superexigentes en este punto.

Las bienaventuranzas ofrecen una pauta interesante en esta tarea: hay dos que hablan de la acción del cristiano, hacer la paz y hacer misericordia. Se trata de anverso y reverso de la misma acción, que, por una parte, es crear la paz o armonía que Dios quiere en el mundo y, por otra, hacerlo con misericordia. El trabajo por la paz tienen que realizarlo los cristianos unidos a todos los hombres, pero hacerlo con entrañas de misericordia es lo típico del cristiano, es decir, hacerlo con constancia, con gratuidad, sintonizando con las personas y haciendo todo lo que está de nuestro parte.

 En la Eucaristía damos gracias al Padre por la vocación recibida de ser miembros de su Iglesia y renovamos el propósito de trabajar por los valores por los que murió y resucitó Jesús, que son los valores de Dios Padre.

Homilia  de Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la  diócesis de Almería

lunes, 10 de septiembre de 2012

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO: LA IMPORTANCIA DE CONFESAR NUESTRA FE


El evangelio de este domingo inicia una intensa instrucción a los discípulos. Jesús ha desvelado poco a poco su verdadero rostro. Es el Mesías. Pero su mesianismo pasa por el sufrimiento y la muerte. Y este camino de cruz hay que recorrerlo. "¿Quien dice la gente que soy yo?".  Si Jesús ha venido a instaurar la perfecta comunicación, está claro que busca reciprocidad en las respuestas. Es hora de que se definan los suyos.

En un mundo como el nuestro en el que crece la increencia y se prefiere el silencio cómplice a la profesión limpia de lo que somos, creemos y confesamos, la pregunta de Jesús nos interpela. Cuando Jesús nos pregunta, ¿quién dices que soy yo? espera que sepamos decirle quién es, porque "lo conocemos a él", no sólo porque "sabemos de él". Naturalmente tenemos que confesar abiertamente nuestra fe. Y tenemos que hacerlo en el cara a cara de la oración que tiene como primer interlocutor a Jesús que nos pregunta acerca de lo que Él es y vale en nuestra vida. 

No nos inventamos nosotros el contenido de la fe sino que lo acogemos; no lo formulamos como más nos gusta sino que aceptamos a Cristo tal como es. No le iba a Pedro lo de un Mesías Crucificado. El bueno de Pedro quiso disuadir a Jesús de malas maneras como si el Maestro le hubiera dado sólo un ataque de pesimismo y viera las cosas negras en un momento de depresión psicológica. El Maestro lo tenía claro. El que no quería aceptar la realidad era el discípulo que se llevó el más grande rapapolvo de su vida. Jesús lo trató de "Satanás", de hombre incapaz de sintonizar con los misteriosos proyectos divinos.

Pedro quiere afrontar su seguimiento desde criterios humanos (Jesús como Mesías vencedor) y no desde las categorías de Dios (muerte en la cruz). Negarse a sí mismo significa dejar de constituirse en centro de todo para abrirse a la voluntad de Dios, dejar de pensar en sí mismos; cargar la cruz es abrazar en todo momento la voluntad salvadora; la cruz es la afirmación de la disponibilidad total a Dios y a los hermanos. Seguir a Cristo es entrar en la lógica de su vida, aceptar la ascesis que concentra las fuerzas en Dios y de las pruebas de Dios que nos salva, rehaciéndonos desde dentro, dilatándonos en amor y en servicio.

Santiago en su carta nos dice que con los actos es como hay que demostrar la fe. El cristiano que lo oye, se siente inmediatamente invitado  a considerar como vive. La fe conceptual no salva; tiene que pasar a lo concreto de la vida. Así pues, la sola posesión del don de la fe no puede salvar; es preciso obrar. La coherencia entre la fe y la vida es la esencia de nuestra fidelidad, aunque haya aspectos doctrinales o de nuestra vida que no comprendamos bien.

En el texto de Isaías está presente el retrato de Jesús anunciando su pasión. Sea lo que fuere el sentido profético del texto, constituye una figura de Cristo sufriente, que el hará real en la cima del martirio, en la cruz. La salvación de Dios se da por medio del amor hasta las últimas consecuencias.

Jesús ha dado un  sentido nuevo al camino del seguimiento. A partir de ahora sabemos, como Pedro, que seguirle no es sólo adherirse a un proyecto, sino sobre todo  identificarse con él llegando, si es preciso hasta la cruz. Como los primeros discípulos tenemos dificultades para comprenderlo y necesitamos que Dios abra nuestros ojos y fortalezca nuestro corazón para seguirlo de verdad, siguiendo sus huellas hasta el final.

REFLEXIONA


sábado, 8 de septiembre de 2012

REFLEXIONA


MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA


María, madre de Jesús y de la Iglesia, nos acompaña de la mano por el camino de nuestros interrogantes y de nuestras inquietudes  y nos lleva a su Hijo, Palabra de verdad y de amor que se ha hecho carne. Siguiendo el amor maternal de María es como aprendemos lo que es la Eucaristía. Ella fue el primer sagrario del Amor de Dios hecho carne. Juan Pablo II nos dice que María fue Mujer eucarística con toda su vida.

En cierto sentido, María practicó su fe eucarística antes incluso de que ésta fuese instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. 

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. El Cuerpo presente en la Eucaristía volvía  hasta ella y se hacía alimento para su peregrinar por la tierra al lado de sus nuevos hijos: al lado de Juan y al lado de los demás apóstoles, y ahora, al lado de cada uno de nosotros, que la reconoce como madre más que su madre natural y la acoge en su casa.

A ejemplo del Papa, este deseo de quedarnos con Cristo debemos vivirlo en compañía de María, Madre de Jesús y madre de la Iglesia.  La relación de María con Jesús en la Eucaristía es la que existe entre la Madre y el Hijo. La Eucaristía es el Pan de vida, pero es también "remedio de inmortalidad".

Renovados interiormente por la gracia del Espíritu, "que es Señor y da la vida", nos hemos convertido en un pueblo para la vida y estamos llamados a comportarnos como tal.


15 días con Juan Pablo II. Francesco Follo.
Resumen del quinto día.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO: CRISTO NOS ABRE A LA COMUNICACIÓN


En consonancia con las lecturas del domingo pasado la palabra del profeta Isaías y la de Jesús convergen en anunciar la liberación frente a todas las servidumbres, en ser Buena Noticia para todos que elimina las trabas y los miedos. También hoy el Señor nos habla a cada uno de nosotros y viene a ofrecernos una palabra gozosa, liberadora y llena de esperanza.

La relación con Dios no se basa ya en ritos de pureza externos, sino en un corazón bueno y esta novedad genera también un modo original de relacionarse con las personas. Se superan las fronteras del pueblo de Israel y esto da lugar a una comunidad de creyentes abierta y universal. 

El Señor realiza un gesto complejo y lleno de sentido. Jesús se aparta de la gente y lleva consigo al sordomudo. Le mete los dedos en los oídos; le toca la lengua con su saliva. Mira al cielo y suspira. Dice la palabra "Effetá", ábrete. Y el milagro se realiza. Los gestos son expresivos, la mirada hacia el cielo revela la oración al Padre y el suspiro su compasión por la humanidad. Todo cuanto él hace es signo de la presencia salvífica de Dios que con su poder abre los oídos para que oigan y entiendan verdaderamente lo que Jesús es y hace, y suelta las lenguas para que lo proclamen a todos.

Jesús aparece no sólo como el gran comunicador sino como el que abre los hombres a la plena comunión y comunicación. Ese gesto de abrir los oídos y soltar la traba de la lengua, es el don del Espíritu que libera en nosotros la capacidad de escuchar la palabra de Dios, de responder con la oración, de proclamar el mensaje. Nuestra comunicación con Dios en Cristo y en el Espíritu puede y debe ser plena, filial y confiada. Estos gestos de Jesús pasaron a formar parte de los ritos bautismales de las primeras comunidades cristianas. En ellos se repetía la palabra aramea de Jesús: "Effetá", ábrete, para que el bautizado escuchara la Palabra de Dios.

A veces, lo primero que debemos liberar para comunicar mejor es la capacidad de escuchar, que es muy fácil hacernos sordos al clamor de los hermanos. Hay un silencio orante para escuchar a Dios y hay un silencio de disponibilidad para escuchar al hermano. Del silencio y de la escucha surgen las palabras verdaderas, los diálogos profundos, la comunicación intensa que rehuye la superficialidad. Nuestro siglo es el de las comunicaciones y el de la incomunicabilidad. Muchas palabras y poca comunión.

La Iglesia y los cristianos tenemos en este mundo una misión extraordinaria. Renovar el milagro que nos recuerda Isaías: liberar con el amor las vías de la comunicación entre los hombres para entrar juntos en el diálogo de salvación, desbloqueando todo lo que impide una cordial comunicación entre hermanos e hijos de Dios.

El sordomudo también nos representa a nosotros, que queremos entender y crecer en nuestra fe. Como él, cerramos muchas veces los oídos a la Palabra de Dios que viene a iluminarnos y pegamos la lengua al paladar, incapaces de comunicar a otros la Buena Noticia. Nosotros sólo podremos ser signos vivos de la salvación divina si cultivamos esa relación amorosa con el Padre mediante la oración y si miramos con compasión a nuestros  hermanos.