LA NAVIDAD TIEMPO HERMOSO PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO DEL DIOS HECHO CARNE

Este espacio quiere ser un ventana abierta al infinito que es Dios o una puerta abierta al finito, que somos cada uno de nosotros. Todos podemos comunicarnos con Él, porque la oración es el medio que tenemos para expresar lo que sentimos en cada momento. Dios que es amor, ha derramado, gracias a la muerte en la cruz y resurrección de su Hijo, la fuerza y la grandeza de su Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús define la oración: "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (V 8,5). No podemos olvidar que Dios nos ha regalado un año nuevo para que lo aprovechemos en bien de los demás y seamos cada uno de nosotros lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¡Disfrutemos de esta nueva oportunidad!
DIOS ES AMOR Y NOSOTROS TENEMOS QUE SER REFLEJO DE SU AMOR ALLÁ DONDE ESTEMOS.


martes, 27 de noviembre de 2012

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)


Qué esperamos. Esperanza cristiana
         El Evangelio nos recuerda la escena final de la Historia de la salvación, en que Jesús, el Dios oculto que ahora nos acompaña y ayuda a caminar, vendrá con gloria para concedernos la liberación plena y gloriosa que todos deseamos. Él es el objeto de nuestra esperanza fundamental, que acompaña y da un último sentido a las otras esperanzas humanas y limitadas que vivimos. 
El hombre necesita una meta para luchar, algo que justifique las fatigas del presente, que siempre se aborda cuando vale la pena. Una vida  sin meta no tiene sentido. Como dice la encíclica Spe Salvi  30, a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida.
Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. La época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto al modo capitalista, marxista... que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero  reino de Dios laico, pero la experiencia ha mostrado el fracaso de estas esperanzas, porque no han tenido en cuenta la libertad del hombre. En el campo científico los adelantos son acumulativos, es decir, una vez logrado un objetivo, permanece para siempre y se construye sobre él, pero en el campo humano es diferente, porque cada generación tiene que asumir y hacer suyo libremente cada logro, que no se puede imponer con una dictadura. Por otra parte, aunque sea necesario un empeño constante para mejorar el mundo, el mundo mejor del mañana no puede ser el contenido propio y suficiente de nuestra esperanza y además hay que plantearse la pregunta: ¿Cuándo es mejor el mundo? ¿Qué es lo que lo hace bueno? ¿Según qué criterio se puede valorar si es bueno? ¿Y por qué vías se puede alcanzar esta  bondad?
Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. El es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano, Jesucristo,  y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es realmente  vida (cf. Spe Salvi 31)
         Toda esperanza necesita un apoyo. Nuestro apoyo es la palabra de Dios, palabra eficaz que promete, garantiza y realiza el futuro. Y esta palabra se nos ha dado de forma concreta en Jesús, la Palabra hecha carne, garantía de las promesas de Dios amor. Los cristianos por el bautismo estamos unidos a Cristo resucitado y él nunca nos dejará hasta llevarnos con él en su parusía, como anuncia el evangelio de hoy, dándonos fuerza para superar las dificultades (2ª lectura). Los cristianos tenemos una vida con sentido con una esperanza que se debe traducir en paciencia para soportar todas las pruebas de la vida cristiana y los trabajos por un mundo mejor, como Dios quiere cf. Spe Salvi 1-3.
         Celebrar la Eucaristía es celebrar la esperanza. En ella damos gracias a Dios porque nos ha dado una vida nueva con sentido y se hace presente Cristo, el que vendrá en su Parusía a  dar al mundo la plenitud de la verdadera liberación.

Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE


lunes, 19 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO: CRISTO REY DEL UNIVERSO.


Jesús ahora es Rey, pero como Dios oculto
         Termina el año litúrgico con la celebración de Cristo como rey. Es una invitación al optimismo, pero un optimismo realista, sabiendo que Cristo es rey y que tiene las riendas de la historia en sus manos, pero todo esto como Dios oculto. Esto explica que ahora aparentemente no se note y dé la impresión de  que la historia esté en manos del mal. Las lecturas que se proclaman manifiestan este contraste. Por una parte, Daniel habla de un dominio eterno que no pasará y el Apocalipsis del príncipe de los reyes de la tierra, por otra, en el evangelio Jesús proclama  su realeza en contexto de humillación y fracaso ante Pilato.
         Solamente hay un reino, el reino de Dios. Jesús es rey al servicio del reino del Padre. Toda su vida gira en torno a esta finalidad.  Este reino consiste en transformar la humanidad. Si reinar es ejercer un dominio sobre alguien, Dios-amor reina cuando ejerce su amor transformador sobre una persona y sociedad y las transforma. Dios ha creado al hombre libre y éste ha optado por el odio, el egoísmo, que se traduce en la propia destrucción de la humanidad. Ante esta realidad Dios quiere reinar, invitando al hombre a aceptar su amor transformador. Ahora lo invita a transformar su corazón y a capacitarlo para que trabaje por un mundo mejor, después lo resucitará y le hará compartir su gloria.
         Hay dos modos de cambiar una situación, desde fuera y desde dentro. Desde fuera es el modo normal de actuación de los poderes humanos, que dictan normas y las imponen con la persuasión y especialmente con la amenaza de la violencia. No es éste el modo de obrar de Dios, pues anula la libertad del hombre y en el fondo nunca consigue una sociedad justa y feliz. Puesto que la historia está en mano de los hombres, el modo de actuar de Dios es actuar sobre el corazón de los hombres y transformarlo, de forma que el hombre transformado transforme el mundo que está en sus manos: familia, trabajo, comercio, relaciones sociales... Por esto se nota que Dios reina en una persona y en un grupo cuando  con un corazón nuevo se trabaja por un mundo mejor. Lo expresa muy bien el salmo 145,7-10, que describe el reinar actual de Dios en liberar: “Dios  hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos, Dios libera a los encadenados. El Señor abre los ojos a los ciegos, el Señor endereza a los encorvados. Ama Dios a los justos,  protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene, mas el camino de los impíos tuerce; Dios reina para siempre”.
         El reinado de Dios es un proceso creciente, ahora  actúa en la debilidad, invitando a los hombres a aceptar el perdón de los pecados y con él la transformación del corazón, después se manifestará plenamente todo su poder salvador sobre una humanidad nueva y glorificada.
         Jesús en su ministerio terreno actuó al servicio del reino, primero como heraldo, pregonero, que anunciaba el plan de Dios con sus palabras y acciones. Anunció el comienzo del reinado y realizó milagros que, como signos, tenían la finalidad de manifestar de forma concreta qué significa que Dios comienza a reinar: cura para hacer ver que el reino de Dios es un no al dolor y que enjugará toda lágrima, resucita muertos para hacer que el reino de Dios es un no a la muerte y que resucitaremos, perdona los pecados para hacer ver que el reino de Dios es la transformación del corazón, se rodea de discípulos para hacer ver que el reino de Dios es creación de una nueva familia de hijos de Dios y hermanos entre ellos... Al resucitar de entre los muertos Jesús, en cuanto hombre, es la primera persona en que Dios reina plenamente, en cuanto que está plenamente bajo el dominio de Dios-amor, sin dolor ni muerte, glorificado. Por eso Jesús se convierte en personificación del reino de Dios Esto explica que nosotros aceptamos el reino de Dios, aceptando a Jesús, uniéndonos a él y viviendo como él vivió. Nos ha transformado el corazón y nos ha hecho un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas. Sacerdotes porque unidos a él hacemos de nuestra vida un sacrifico existencial, reyes porque somos señores de toda nuestra persona y del mundo que nos rodea, y profetas porque anunciamos la palabra del reino. Ahora Jesús resucitado reina en nosotros como Dios oculto, en medio de dificultades y debilidades, después reinará de forma plena y manifiesta.
         La fiesta de hoy  invita a tomar conciencia de nuestra situación como individuos y como comunidad, que ha recibido la tarea de transformar su ambiente; invita a dar gracias a Dios porque reina sobre nosotros y por los ambientes que hemos podido transformar, por la meta que nos ofrece y los medios que nos proporciona, y por otra parte, invita pedir perdón por todas las facetas en que no dejamos que Dios reine en nuestra vida y en nuestro ambiente.
En la Eucaristía se actualiza el presente y futuro del reino de Dios y como pueblo sacerdotal ofrecemos al Padre a Jesús y nuestra vida unida él, damos gracias por el reino y pedimos que seamos reyes de nuestro mundo y que el reino llegue a su plenitud: Venga tu reino.

Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería

REFLEXIONA EN ELAÑO DELA FE


martes, 13 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


Futuro de la Historia de la salvación
En este penúltimo domingo del tiempo ordinario la liturgia proclama el final del Discurso sobre el futuro de la historia, la última intervención pública de Jesús, en que ofrece unas pinceladas sobre lo que será la historia de este mundo, que acabará con su venida gloriosa. De acuerdo con este pasaje se proclama como 1ª lectura la profecía de Daniel en que anuncia también la consumación del Reino de Dios. La 2ª lectura sigue hablando del sacrificio existencial de Jesús, que ha capacitado a todos sus discípulos para tomar parte de este reino.
La visión que Jesús ofrece a sus discípulos sobre el futuro de la historia es genérica: vendrán falsos mesías y profetas que intentarán engañar a muchos ofreciendo falsas salvaciones; habrá guerras, catástrofes, y especialmente los discípulos serán perseguidos, por lo que es necesario vigilar constantemente para perseverar en la fe, aunque el Espíritu Santo les ayudará. Y todo culminará con su venida gloriosa, que se describe con un lenguaje simbólico tomado de la apocalíptica. Si las personas se ponen nerviosas e incluso tiemblan ante una persona muy importante, también el monte Sinaí tembló  cuando Dios vino a contraer alianza con el pueblo; y si tembló cuando vino a algo positivo, ¡qué será cuando venga a juzgar! Cielo, sol y luna se estremecerán... Este lenguaje se aplica aquí a la venida de Jesús, que es el juez divino, pero los elegidos no tienen que temer, pues viene a reunirlos de todos los puntos del mundo para instaurar el reinado definitivo y eterno de Dios.
Jesús, con su muerte y resurrección, ha conquistado toda la salvación. Lo hizo actuando en la tierra como Dios oculto y ahora, en el tiempo de la Iglesia, continúa también como Dios oculto invitando a la humanidad a recibir su salvación. Lo hace especialmente por medio de la predicación de sus discípulos, que es eficaz, pero no obliga a nadie, pues es fundamental respetar la libertad de las personas. En el fondo toda la obra redentora de Jesús se resume en hacernos hijos de Dios por amor y a esta condición sólo se puede acceder libremente y por amor. Y esto exige que Jesús actúe ahora sin imponerse a nadie, en aparente debilidad. Pero llegará un día, al final de la historia, en que aparecerá claramente ante toda la humanidad la grandeza de la obra que ha realizado, inspirada en el amor: Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5,2).
Creer en la parusía de Jesús es creer que en la historia Jesús tiene la última palabra, tanto en nuestras historias personales como en la historia universal  que aparentemente está en manos del mal. Por otra parte, invita  a trabajar incansablemente por la causa del Reino de Dios, un mundo más humano, filial y fraternal. Aunque ahora se experimenten grandes dificultades y esté el pecado encarnado en estructuras, aunque se sufran derrotas parciales, hay que luchar porque la victoria final es de Jesús. Participar en este trabajo forma parte de nuestro sacrificio existencial de los que van siendo consagrados como dice la 2ª lectura, es decir, llegaremos a la consagración o santificación final y unión gozosa con Dios en la medida en que trabajemos por los valores del Reino. Ahora somos la reunión de los elegidos provisionalmente, entonces lo seremos definitivamente.
 En la Eucaristía “celebramos el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión a los cielos, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos ... (Plegaria Eucarística III), es decir, en la espera de la parusía, unimos nuestro sacrificio existencial al de Jesús y así nos vamos consagrando.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE


sábado, 10 de noviembre de 2012

ORAR EN EL AÑO DE LA FE


TE DARÉ DE LO POCO, SEÑOR

De mi tiempo, para anunciar  el evangelio
y así, muchos, de los que me  rodean,
encuentren en Ti su tesoro y  su horizonte.
De mi riqueza personal,
de mi dinero y mis talentos,
mi silencio, mi trabajo y mi  esfuerzo.

TE  DARÉ DE LO POCO, SEÑOR

Mi oración, a veces rápida y  egoísta,
mercantilista y sustentada
en un “te doy para que me  des”
Mi confianza, a veces bajo  mínimos
y mirando volcado a lo que  el mundo
irreal y caprichoso
me ofrece a un precio  excesivamente bajo

TE  DARÉ DE LO POCO, SEÑOR

Sin juzgar, quien echa o  hace más
Sin enjuiciar, a quien pone  menos
volviéndome hacia mí y ,  preguntándome:
¿Te has dado a ti mismo?
¿Has dado algo de lo que te  cueste
o has elegido el camino  fácil y barato?

TE  DARÉ DE LO POCO, SEÑOR

Siendo espléndido, sin ser  tacaño
Considerando basura
lo que me aleja de tu  riqueza
Sabiendo que, un corazón en  Ti,
es más feliz cuando no tiene
que cuando aparentemente
dice tenerlo y poseerlo todo

TE  DARÉ DE LO POCO, SEÑOR

Sabiendo que tus ojos, Señor
miran mis acciones y mi  empeño.
Sabiendo que, tus providencia,
bendice mis caminos
cuando, las mías, se abren y  empujan adelante
a tantos de mis hermanos.

TE  DARÉ DE LO POCO, SEÑOR

Porque, darte de lo que no  tengo,
es ofrecerte el TODO en el  que yo me sostengo

REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE


miércoles, 7 de noviembre de 2012

ORAR EN EL AÑO DE LA FE


¿QUÉ ME FALTA, SEÑOR?

Pienso que soy justo y, mirando en mí sendero,
encuentro abundantes deficiencias y debilidades.
Digo darme, y me quedo con lo mío
Presumo de ser bueno, y juzgo a los que no son como yo.
Digo ser humilde, y me encanta ser juez
Defiendo la verdad, pero en muchas ocasiones me dejo vencer por la mentira.

¿QUÉ ME FALTA, SEÑOR?

Dime, Jesús, qué me falta y qué me sobra para ser merecedor de la Vida Eterna.
Dime, Jesús, qué me falta para entrar un día por las puertas del cielo
Dime, Jesús, qué me falta y que yo no veo para que Tú estés contento conmigo.

¿QUÉ ME FALTA, SEÑOR?

Afirmo que la riqueza no es lo importante, y me encanta rodearme de ella
Me alarmo de las injusticias del mundo,
 y no siempre soy lo justo que debiera con los míos
Reniego de la opulencia de los otros, y no miro el tesoro que mis manos guardan

¿QUÉ ME FALTA, SEÑOR?

Dame un poco de fe, para ver con claridad
Un poco de caridad, para dar lo que pueda
Un poco de esperanza, para no apartarme de Ti
Y entonces, Jesús. Tal vez, Señor,
me daré cuenta de “esa cosa”
que me hace falta o que me sobra
para alcanzar la Vida Eterna. Amén

REFLEXIONA EN EL AÑO DELA FE


martes, 6 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO


Compartir como expresión de nuestro sacrificio existencial
Otro de los valores que condicionan el conocimiento de Jesús es el  compartir como expresión de donación existencial (Evangelio y 1ª lectura).
La segunda lectura presenta el sacrificio existencial de Jesús en contraposición con los sacrificios del AT a base de ofrecimiento de animales. Es verdad que en sí mismos estos sacrificios querían ser expresión de la entrega de la persona a Dios, pero de hecho todo se quedaba en ofrecer a Dios carne y sangre que no significaba nada, por lo que los profetas criticaron estos sacrificios. Cristo, en cambio, ha ofrecido directamente a Dios lo que Dios desea, su corazón, su amor, su vida, manifestada en una entrega total a hacer su voluntad, lo que llevó a la muerte. Dios es dueño de todas nuestras cosas. Lo único que nosotros tenemos propio es nuestro amor, nuestro corazón, pues el amor es esencialmente libre y Dios no puede hacer que le amemos a la fuerza, pues eso sería destruir el amor. Dios nos ama libremente y quiere que lo amemos también libremente, amándolo con todo el corazón, toda la mente, todas las fuerzas... Esta es la esencia de la vida religiosa.
Por eso es una deformación de la vida religiosa ponerla al servicio de nuestros egoísmos e intereses, que es lo que Jesús critica de los escribas, lo que a su vez explica el rechazo de las enseñanzas de Jesús por parte de los escribas. El que vive su vida religiosa en la línea de los escribas no puede conocer y rechazará al auténtico Jesús.  En contraposición Jesús alaba la  pequeña limosna de la viuda porque era expresión de su entrega existencial a Dios.
El domingo pasado se nos decía que la quintaesencia de la religión cristiana es amar, hoy se repite desde otro punto de vista, la quintaesencia de la religión cristiana es el sacrificio existencial de nuestra vida con todo lo que tenemos a Dios.
En este contexto está el compartir. El que se entrega a Dios pone todo lo que tiene a disposición de Dios y de los hermanos y comparte con alegría según sus posibilidades, pues Dios no mira la cantidad sino lo que representa en nuestra vida, que será diferente según la situación. Unos céntimos representaban la vida de la viuda, pero para los que tienen bienes no representan nada. Aquí no hay reglas y cada uno tiene que proceder en conciencia ante Dios que conoce los corazones.
La celebración de la Eucaristía es celebración del sacrificio existencial de Jesús, al que unimos nuestro propio sacrificio, uno de cuyos elementos es compartir con el hermano necesitado.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería

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sábado, 3 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO


El mandamiento principal

El tema del Evangelio es el amor. Mc lo presenta en un contexto de polémicas entre los dirigentes del pueblo y Jesús. En esta en concreto Jesús desenmascara una deformación  del conocimiento religioso puesto al servicio de envidias y celos. El escriba pregunta sobre el mandamiento principal, Jesús responde con el amor, y el escriba lo acepta y reconoce que el amor es lo fundamental. Jesús termina diciendo que no está lejos del Reino de Dios. ¿Qué le falta? El reconocimiento y seguimiento de Jesús, lo que implica profundizar sobre el misterio de su persona, como pone de relieve la perícopa siguiente. El conjunto, en el contexto de Marcos, pone subraya que las diferencias entre Jesús y los escribas no están en la doctrina, pues profesan la misma, sino en celotipias y envidias, que buscan todo tipo de excusas, incluso doctrinales, para rechazar a Jesús.

Dios es amor, por eso la quinta esencia de la religión tiene que ser el amor, a Dios y a todos los hijos de Dios, que por eso son hermanos nuestros. La religión cristiana incluye enseñanzas, pero todas están encaminadas a  enseñarnos cómo amar a Dios y al prójimo; igualmente hay mandamientos, pero encaminados al amor, pues se resumen en dos, amor a Dios y al prójimo; hay celebraciones litúrgicas, pero todas son celebraciones del amor de Dios y peticiones de fuerza para poder corresponder; hay jerarquía, pero toda ella está ordenada a servir en la tarea de ayudar al pueblo a vivir su existencia como un sacrificio existencial de amor a Dios y al prójimo. Cuando falta el amor, se prostituye la religión cristiana.

Amor a Dios y amor al hombre son inseparables. Por eso, cuando a Jesús le preguntan por el mandamiento principal, responde con dos, diferentes, pero siempre unidos, amor a Dios y al prójimo. Amar a Dios es amar a sus criaturas a las que ama. Dios nos ha creado para que vivamos en la tierra creando un mundo fraternal y solidario, en que todos sus hijos puedan vivir con todas sus necesidades cubiertas  De esta manera, ejercitándose y creciendo en el amor mutuo, nos preparamos para recibir el don de la  felicidad plena  en el cielo. Dios quiere que se “haga su voluntad en la tierra como ahora se hace en el cielo”. Obrando así, mostramos nuestro amor a Dios. Por otra parte, el amor a Dios  alimenta el amor gratuito y constante a los hombres, frecuentemente sometido a prueba. Por todo esto el amor efectivo al prójimo es signo del verdadero amor a Dios, pues “si no amamos a nuestro hermano al que vemos, ¿cómo podremos amar a Dios al que no vemos” (1 Jn 4,20). “Dios es amor y el que vive en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). A los primeros cristianos los llamaron ateos porque centraban su vida religiosa en el culto existencial de una vida consagrada a amar a Dios amando al prójimo, y al prójimo se le ama en la vida de cada día, en las calles y plazas, fuera del templo. De aquí el peligro de reducir la vida cristiana al culto, desconectado de la vida. El culto es fundamental, pero como celebración de nuestro sacrificio espiritual unido al de Jesús. Si no se une nada al sacrificio de Jesús, es culto vacío que defrauda la expectativa de Jesús al instituir la Eucaristía.  

El amor puede estar acompañado de sentimientos, incluso los sentimientos favorecen sus expresiones, pero no es fundamental. Lo básico del amor es dar vida a la persona amada Por eso Dios ha mostrado su amor al hombre entregando a su Hijo, y éste ha mostrado a su vez su amor entregándose a la muerte por todos nosotros. Mostramos nuestro amor a Dios y al prójimo con nuestra entrega por el bien concreto  del prójimo.

Amar al prójimo es amar a todo hombre necesitado.  Prójimo significa  cercano. Entre los judíos se discutían quién era el cercano y en un largo proceso fueron ampliando el círculo de “cercanos”: primero el familiar, después el connacional que comparte la misma religión, después el forastero... respecto al enemigo se le puede ayudar, pero no entra en el círculo de los cercanos. Para Jesús incluso el enemigo es prójimo. Todos son hijos de Dios y por ello todos son cercanos, pero especialmente el necesitado, que ha caído en manos de ladrones y anda marginado por los caminos del mundo...

Celebrar la Eucaristía es celebrar el amor que nos tiene el Padre, que nos entrega su Hijo; el amor que nos tiene el Hijo, que se entrega por nosotros; y el amor que debe tener la comunidad cristiana que se entrega a todo tipo de prójimos. Los cristianos damos gracias por lo que hacemos y pedimos fuerza para seguir haciendo de nuestra vida un sacrificio existencial.

Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de almería


REFLEXIONA EN EL AÑO DE LA FE


viernes, 2 de noviembre de 2012

PALABRA DE VIDA , NOVIEMBRE 2012


PALABRA DE VIDA, noviembre 2012[1]
«Respondió Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él"» (Jn 14,23).
Jesús está dirigiendo a los discípulos sus importantes e intensas palabras de despedida y, entre otras cosas, les asegura que lo volverán a ver porque se manifestará a quienes lo aman.
Judas, no el Iscariote, le pregunta por qué se manifestará a ellos y no en público. El discípulo deseaba una gran manifestación externa de Jesús que pudiera cambiar la historia y ser más útil, según él, para la salvación del mundo. Los apóstoles pensaban que Jesús era el profeta tan esperado de los últimos tiempos, el cual aparecería revelándose a la vista de todos como el Rey de Israel y, poniéndose al frente del pueblo de Dios, instauraría definitivamente el Reino del Señor.
Jesús, en cambio, contesta que su manifestación no sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla, extraordinaria "venida" de la Trinidad al corazón del fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor.
Con esta respuesta Jesús precisa de qué modo Él permanecerá presente entre los suyos después de su muerte y explica cómo será posible tener contacto con Él.
«Respondió Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él"».
Así pues, su presencia se puede realizar ya desde ahora en los cristianos y en medio de la comunidad; no es necesario esperar al futuro. El templo que la acoge no es tanto el que está hecho de paredes, sino el corazón mismo del cristiano, que se convierte así en el nuevo sagrario, en la morada viva de la Trinidad.
«Respondió Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él"».
Pero ¿cómo el cristiano puede llegar a tanto? ¿Cómo ser portador de Dios mismo? ¿ Cuál es el camino para entrar en esta profunda comunión con Él?
Es el amor a Jesús.
Un amor que no es mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta y, de un modo más preciso, en guardar su Palabra.
A este amor del cristiano, verificado por los hechos, Dios responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.
«Respondió Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él"».
“... guardará mi palabra".
Y ¿cuáles son las palabras que el cristiano está llamado a guardar?
En el Evangelio de Juan, "mis palabras" son muchas veces sinónimo de "mis mandamientos". El cristiano, por lo tanto, está llamado a cumplir los mandamientos de Jesús. Pero éstos no se deben entender como un catálogo de leyes. Es necesario, más bien, verlos todos sintetizados en lo que Jesús quiso mostrar con el lavatorio de los pies: el mandamiento del amor recíproco. Dios pide a cada cristiano que ame al otro hasta la donación completa de sí mismo, como Jesús ha enseñado y ha hecho.
«Respondió Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él"».
Y entonces, ¿cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo llegar hasta el punto en que el Padre mismo nos ame y la Trinidad habite en nosotros?
Poniendo en práctica con todo nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.
En esto, principalmente, el cristiano encuentra también el camino de esta profunda ascética cristiana que el Crucificado exige de él. Es precisamente el amor recíproco el que hace que florezcan en su corazón las distintas virtudes y es con él como se puede corresponder a la llamada a la propia santificación.
Chiara Lubich




[1] Publicada en el n° 376 de la Revista Ciudad Nueva - Mayo 2001.PALA