PALABRA DE VIDA, noviembre 2012[1]
«Respondió Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y
mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él"» (Jn 14,23).
Jesús está dirigiendo a los
discípulos sus importantes e intensas palabras de despedida y, entre otras
cosas, les asegura que lo volverán a ver porque se manifestará a quienes lo
aman.
Judas, no el Iscariote, le
pregunta por qué se manifestará a ellos y no en público. El discípulo deseaba
una gran manifestación externa de Jesús que pudiera cambiar la historia y ser
más útil, según él, para la salvación del mundo. Los apóstoles pensaban que
Jesús era el profeta tan esperado de los últimos tiempos, el cual aparecería
revelándose a la vista de todos como el Rey de Israel y, poniéndose al frente
del pueblo de Dios, instauraría definitivamente el Reino del Señor.
Jesús, en cambio, contesta que su
manifestación no sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla,
extraordinaria "venida" de la Trinidad al corazón del fiel,
que se hace realidad donde hay fe y amor.
Con esta respuesta Jesús precisa
de qué modo Él permanecerá presente entre los suyos después de su muerte y
explica cómo será posible tener contacto con Él.
«Respondió
Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y
mi Padre lo
amará, y vendremos
a él y haremos morada en él"».
Así pues, su presencia se puede
realizar ya desde ahora en los cristianos y en medio de la comunidad; no es
necesario esperar al futuro. El templo que la acoge no es tanto el que está
hecho de paredes, sino el corazón mismo del cristiano, que se convierte así en
el nuevo sagrario, en la morada viva de la Trinidad.
«Respondió
Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y
mi Padre lo
amará, y vendremos
a él y haremos morada en él"».
Pero ¿cómo el cristiano puede
llegar a tanto? ¿Cómo ser portador de Dios mismo? ¿ Cuál es el camino para
entrar en esta profunda comunión con Él?
Es el amor a Jesús.
Un amor que no es mero
sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta y, de un modo más preciso,
en guardar su Palabra.
A este amor del cristiano, verificado por los
hechos, Dios responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.
«Respondió
Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y
mi Padre lo
amará, y vendremos
a él y haremos morada en él"».
“... guardará mi palabra".
Y ¿cuáles son
las palabras que el cristiano está llamado a guardar?
En el Evangelio de Juan, "mis
palabras" son muchas veces sinónimo de "mis
mandamientos". El cristiano, por lo tanto, está llamado a cumplir los
mandamientos de Jesús. Pero éstos no se deben entender como un catálogo de
leyes. Es necesario, más bien, verlos todos sintetizados en lo que Jesús quiso
mostrar con el lavatorio de los pies: el mandamiento del amor recíproco. Dios
pide a cada cristiano que ame al otro hasta la donación completa de sí mismo,
como Jesús ha enseñado y ha hecho.
«Respondió
Jesús y le dijo: "el que me ama guardará mi palabra, y
mi Padre lo
amará, y vendremos
a él y haremos morada en él"».
Y entonces,
¿cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo llegar hasta el punto en que el Padre
mismo nos ame y la Trinidad habite en nosotros?
Poniendo en práctica con todo
nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.
En esto, principalmente, el
cristiano encuentra también el camino de esta profunda ascética cristiana que
el Crucificado exige de él. Es precisamente el amor recíproco el que hace que
florezcan en su corazón las distintas virtudes y es con él como se puede corresponder a la llamada a
la propia santificación.
Chiara Lubich
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