Newman sigue insistiendo, al contemplar de nuevo al Salvador del mundo, al Hijo de Dios, caído en el suelo: “El cae por que yo he caído. He caído otra vez”. Este espíritu de hombre profundamente religioso, le hace caer en la cuenta de su pequeñez, de su nada y se plantea esta cuestión: “¿Por qué es sino porque he perdido mi espíritu de devoción y he llegado a Tus sagrados ritos de una manera fría, formal, sin afecto interior. He venido a ser indiferente, tibio...olvidé que era un servidor de Dios y seguí el ancho camino que lleva a la destrucción, no la senda angosta que lleva a la vida y así caí de Ti”.
La pasión sigue su curso normal, Jesús continúa su camino hasta el Calvario, un grupo de mujeres de entre el gentío, al ver el rostro de Jesús se sienten conmovidas y apesadumbradas, tanto que lloran y se lamentan por Él. Newman, ante la respuesta que Jesús da a esas mujeres: “Hijas de Jerusalén no lloréis por mí...”, él contesta, con una profundidad y un deseo; “Oh Señor, que yo resulte ser uno de aquellos hijos llenos de pecado por quienes Tú pediste a sus madres que lloraran... Yo soy el Cordero de Dios, y estoy haciendo expiación por Mi propia voluntad, por los pecados del mundo.
El camino se hace largo y penoso para un hombre que está cansado por el peso de la cruz, y vuelve a caer. El peso de la cruz, la barbarie de los soldados y el gentío, fueron sólo sus instrumentos, ante esta caída, Newman vuelve a tener sentimientos, pero esta vez junto con los de pecador, que también los tiene: “ Era mi orgullo, y por eso caí una tercera vez”, también surgen otros sentimientos, que los pone en plural, para que sean los sentimientos de la humanidad entera por la que Jesús está entregando su vida, camino del Calvario: “¡Oh Jesús!, el Unigénito Hijo de Dios, el Verbo encarnado, Te alabamos, Te adoramos, y Te amamos por Tu inefable condescendencia, hasta permitir Tú mismo caer por un tiempo en las manos y bajo el poder del Enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos, de este modo, de ser sus siervos y compañeros por toda la eternidad”.
Finalmente Jesús llega al lugar del sacrificio, los que están allí comienzan a preparar lo necesario para la crucifixión. Sus vestiduras son desgarradas de su cuerpo dolorido y ensangrentado y Él queda desnudo antes las miradas de la multitud. Ante el despojo de Jesús ante su cruz, Newman, siente el deseo de un desnudo, no tanto corporal, sino personal- espiritual: “Oh tú, que en Tu pasión fuiste desnudado de todas Tus ropas, y levantado ante la curiosidad y la mofa del populacho, desnúdame de mí mismo aquí y ahora, para que en el último día no me avergüence delante de los hombres y de los Ángeles. Tú soportaste la vergüenza en el Calvario para evitarme la vergüenza en el juicio. Tú no tenías nada de que avergonzarte personalmente y la vergüenza que sentiste fue porque habías tomado la naturaleza del hombre”.
Esa experiencia doble, por un parte de sentirse nada, horrible y por otra vestido del manto de la gracia que Jesús nos da, él lo expresa con una pregunta y una respuesta: “¿Cómo aparecería si Tú me sostuvieras de aquí en adelante para ser mirado fijamente, desvestido de ese manto de gracia que es Tuyo, y visto en mi propia vida y naturaleza personal? Oh, que horrible soy en mí mismo, aun en mi mejor estado. Aun cuando soy purificado de mis pecados mortales, cuánta enfermedad y corrupción se ve en mis pecados veniales”.
Ya Jesús levantado sobre la cruz, el espectáculo llega al punto máximo, todos le observan, Jesús está cara a todos, esa presencia de Jesús, como varón desecho por el dolor y el sufrimiento, que no tenía figura humana de tan desfigurado que estaba, que el corazón del que cree siente un profundo respeto, Newman, también, en esta estación pone en relación la muerte de Jesús con la salvación del mundo, dice: “Él se ofrece al Eterno Padre, como rescate para el mundo...Cuando alcanzó la proyección donde sus Sagrados pies debían estar, se dio vuelta con dulce modestia y gentileza hacia el fiero populacho y extendió Sus brazos como si fuera a abrazarlos”.
Con cuanto realismo describe Newman los últimos momentos de Jesús en la cruz, estuvo tres horas, y durante ese tiempo Jesús tuvo espacio para orar por sus verdugos, prometió el paraíso al ladrón penitente y encomendó a su Bendita Madre el cuidado de S. Juan y al final de todo, cuando ya está concluida la misión encomendada, a Jesús no le queda nada más que entregar su Espíritu. Pero Newman, en ese momento cumbre de la historia de la humanidad y de la salvación, la muerte del Salvador, el Hijo de Dios, vuelve a sentir y expresa la unión de la muerte de Cristo, con el rescate salvador de la humanidad pecadora, dice: “Jesús está muerto y con Su muerte mi pecado morirá...ser regular en mis oraciones, para morir al pecado de modo que Tú no hayas muerto por mí en la Cruz en vano”.
Otro sentimiento que surge en el corazón de este profundo hombre de fe, ante la sepultura de Jesús, el último momento de ese terrible camino de cruz, sufrimiento, dolor, cuando lo colocan en la sepultura, cuando el Hijo de Dios reposa y duerme en paz en la calma del sepulcro por un pequeño momento, pide en su oración:” Y cuando llegue nuestro turno de morir, concédenos dulce Señor, que podamos dormir tranquilamente también, el sueño de los justos. Permítenos dormir pacíficamente por el breve intervalo entre la muerte y la resurrección final. Guárdanos del enemigo, sálvanos del abismo.