El camino de la santa Cuaresma nos lleva del desierto al Tabor, de la lucha a la gloria, como si en los primeros domingos de este tiempo la Iglesia quisiera hacernos pregustar ya el triunfo de la resurrección de Cristo, con la confianza que nos dan las palabras del Padre; "Éste es mi Hijo amado: escuchadle".
Dios había hecho alianza con Abrahán, una alianza gratuita, fundada simplemente en las promesas de Dios. Pero esta alianza tenía un precio: la fe del amigo Abrahán. Fe absoluta en los designios de Dios, en sus órdenes y consignas. Pero fe puesta a prueba, a la más dura de las pruebas a que Dios puede someter a un amigo. Porque es duro e incomprensible que Dios le mande sacrificar a su único y querido hijo.
Abrahán creyó contra toda esperanza. Emprendió la triste peregrinación hacia el monte para hacer la voluntad de Yahvé mientras el hijo abría en su corazón la herida cada vez que le preguntaba cuál iba a ser la víctima para el sacrificio. Y como premio a esa alianza de la fe, llevada hasta el límite, se renueva la alianza.
En contraste con este episodio nos lo da la segunda lectura. Jesús es el hijo único del Padre, de Dios Padre, en el que se cumple lo que Abrahán anunciaba. Aquí se sacrifica el hijo, un Isaac-cordero ofrecido en la montaña del Calvario, por nosotros, precio de la alianza nueva y eterna, sellada en la sangre de este cordero: "Dios no perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros". El hijo entregado y los hijos rescatados. Dios entregó (sacrificó) a su propio Hijo para salvarnos.
La Pasión, el sacrificio, la gloria de Cristo.La Iglesia nos hace fijar nuestra mirada en el Hijo amado y único del Padre, en aquel que desfigurado en la cruz será transfigurado definitivamente en la gloria. El amor del Padre por su Hijo único lo envuelve, lo llena de luz y de gloria, lo fortalece para la futura pasión; y asegura el más tierno amor y la más firme seguridad, pase lo que pase. Los apóstoles anhelan llegar a la Pascua sin pasar por la cruz. Se resisten a un camino de seguimiento que implique pasión. Por eso la voz de Dios les sacude y despierta, invitándoles a escuchar al Hijo, a mantenerse detrás de él en un camino de gloria crucificada.
Este pasaje tiene algo que decirnos también a nosotros. Como a los discípulos, hoy Jesús nos anima a subir, ver y escuchar, experimentar y bajar, para que sepamos lo que nos espera al final del camino.
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