LA NAVIDAD TIEMPO HERMOSO PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO DEL DIOS HECHO CARNE

Este espacio quiere ser un ventana abierta al infinito que es Dios o una puerta abierta al finito, que somos cada uno de nosotros. Todos podemos comunicarnos con Él, porque la oración es el medio que tenemos para expresar lo que sentimos en cada momento. Dios que es amor, ha derramado, gracias a la muerte en la cruz y resurrección de su Hijo, la fuerza y la grandeza de su Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús define la oración: "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (V 8,5). No podemos olvidar que Dios nos ha regalado un año nuevo para que lo aprovechemos en bien de los demás y seamos cada uno de nosotros lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¡Disfrutemos de esta nueva oportunidad!
DIOS ES AMOR Y NOSOTROS TENEMOS QUE SER REFLEJO DE SU AMOR ALLÁ DONDE ESTEMOS.


sábado, 28 de junio de 2014

REFLEXIONA CADA DIA

SOLEMNIDAD DE S. PEDRO Y S. PABLO

 

He corrido hasta la meta, he mantenido la fe

         La liturgia celebra de forma conjunta la fiesta de los dos grandes apóstoles de la Iglesia de Roma, san Pedro y san Pablo, por lo que es necesario dar relieve a las dos figuras, evitando la tendencia a realzar la figura de Pedro y dejar en un segundo plano –o silenciar- la de Pablo. No se unieron ambas celebraciones por falta de días en el calendario, que sobran, sino conscientemente para poner de relieve la acción de Dios en sus santos patronos. Aunque no fueron ellos los fundadores de la comunidad romana, ambos ejercieron en ella su ministerio, en ella dieron testimonio de su fe con el martirio y en ella están enterrados. La Iglesia de Roma es depositaria de su sepulcro y de su tradición y por ello el obispo de Roma es heredero del carisma de presidencia que Jesús confió a Pedro y del carisma misionero que confió a Pablo al servicio de toda la Iglesia.

         Pedro y Pablo, dos personas diferentes, pero coincidentes en su fidelidad a la tarea recibida. La 1ª lectura recuerda un antecedente del martirio de Pedro y la 2ª el testamento de Pablo en que declara que va a la muerte consciente de la misión cumplida. Ambos tuvieron que afrontar muchas dificultades, pero con la gracia de Dios se mantuvieron fieles hasta el final. De Pedro solo conocemos lo que nos recuerda la 1ª lectura y su crucifixión final en Roma, de Pablo conocemos mucho más por los Hechos de los Apóstoles, por su propio testimonio en sus cartas y por la tradición histórica que afirma que terminó decapitado en Roma.

         Ambos fueron elegidos por Jesús, aunque de diferente manera. Simón fue llamado al comienzo del ministerio y siguió a Jesús durante todo él; fue elegido además como miembro principal del grupo de los Doce, como recuerda el Evangelio, y, como tal, fue el primero en dar testimonio de la muerte y resurrección de Jesús, Pablo, en cambio, fue elegido por Jesús en los primeros años de la Iglesia, cuando lleno de celo perseguía a los cristianos. Por ello consideraba su nacimiento a la fe como abortivo (1 Cor 15,8), inmerecido y contra naturaleza. Todo ello muestra que la vocación es gracia de Dios que llama a quién quiere, cuando quiere y cómo quiere.

         Ambos son diferentes por su misión y modo de actuar. Pedro predicó el evangelio especialmente a los judíos, sin excluir a los gentiles, Pablo, en cambio, se dirigió especialmente a los gentiles, sin excluir a los judíos. Pedro recibió la tarea de ser piedra de la Iglesia al frente de la Iglesia apostólica, dedicándose a predicar el Evangelio y a visitar las comunidades eclesiales como signo de comunión. Son pocos los datos biográficos que poseemos de su actividad, pero sabemos que visitó las comunidades de Lida, Jafa, Cesarea, Antioquía de Siria, Corinto y Roma. También se nos recuerda que Dios le confió la tarea de admitir los primeros gentiles en la comunidad cristiana. Pablo, por su parte, se dedicó a crear comunidades cristianas entre los gentiles, donde Cristo no era conocido, dejando como legado la fundación de las grandes comunidades de Europa central.

La tradición recuerda diversos momentos en que se encuentran: la primera vez fue a los tres años de la conversión de Pablo cuando fue a Jerusalén a hacer una visita de cortesía y comunión a Pedro que duró dos semanas (Gál 1,18), a los 14 años de nuevo va Pablo a Jerusalén para discernir junto a Pedro, Juan y Santiago sus puntos de vista sobre la evangelización de los gentiles, puntos de vista que fueron aceptados por Pedro, reconociendo mutuamente la tarea que cada uno había recibido del Señor (Gál 2,1-10). Más adelante, Pablo, que desea vivir en comunión con Pedro, no tiene inconveniente en reprenderle por su comportamiento poco claro con los gentiles en Antioquía (Gál 2,11-14). Finalmente coinciden en Roma, lugar del martirio de ambos. Dos misiones diferentes, pero en comunión y con un mismo final y que revelan la libertad del Señor Jesús por su Espíritu en el gobierno de la Iglesia de todos los tiempos: por una parte, crea el grupo de los Doce con Pedro como fundamento de su Iglesia, por otra, junto a ellos y en comunión con ellos llama a personas singulares al servicio de la misma Iglesia. Jesús actúa por medio de la institución creada por él y por medio de personas y grupos carismáticos que también llama y capacita para la misma misión. Ambos están llamados a vivir en comunión al servicio del mismo Señor y de la misma misión.

El obispo de Roma, el Papa, es sucesor de ambos apóstoles. Sus carismas permanecen en la Iglesia. En la Eucaristía damos gracias por estos carismas del obispo de Roma, pedimos por él – oraciones que tanto pide el papa Francisco - y nos comprometemos a vivir en comunión con él.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

lunes, 9 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

 

Conocer y adorar a dios uno y trino

Después de recordar todos los misterios de la Historia de la salvación, la Iglesia nos invita en esta fiesta a aproximarnos al misterio de Dios, autor de toda ella, en actitud de adoración. Es lo que pedimos en la oración de la misa, que marca el sentido de la celebración.

Conocer el misterio de Dios. Dios pertenece al misterio, lo que implica que no lo podemos conocer, pero ha querido darse a conocer de diversas formas, lo que supone que quiere que lo conozcamos y respondamos a su acción.

Dios es uno y siempre ha querido ser conocido y adorado por el hombre. Para eso dotó a la humanidad de razón, capaz de llegar a él por medio de la creación, meta que de hecho alcanzó (Rom 1,18-23 cf Sap 13,1-9). Pero, dadas las limitaciones y oscuridades propias de este conocimiento, ha querido darse a conocer de forma más clara. En la primera lectura se revela como Dios uno, único Señor, poderoso y a la vez clemente y compasivo, es decir, como un Ser que ama y quiere tener relaciones con la humanidad para derramar sobre ella su misericordia poderosa. Jesús acepta esta doctrina cuando afirma que el principal mandamiento es Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... (Mc 12,29-31), pero además nos ha dicho que este Uno no es un eterno egoísta solitario, porque eso contradice a su esencia de amor que implica darse, sino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ha explicado que el Padre es el origen y fuente absoluta del amor y como tal tiene que amar; que el término de este amor es el Hijo, cuya esencia es ser amado y como tal tiene que devolver el amor al Padre; y que este amor mutuo es el Espíritu que también tiene una entidad propia. Es lo que nos recuerdan la 2ª lectura y el Evangelio y que aparece de diversas maneras en el Nuevo Testamento. Por eso es señal de identidad de los cristianos. La Iglesia recibió esta enseñanza y profundizó en ella, acuñando para ella el nombre de trinidad con el fin de sugerir el misterio de tres personas y un solo Dios.

Jesús nos ha acercado más al misterio de Dios, no para complicarnos con conocimientos enrevesados, sino porque es necesario para nuestra vida cristiana, ya que participamos la naturaleza divina (2 Pe 1,4)y el conocimiento de nuestro ADN o nuestro “grupo sanguíneo” nos ayuda a realizarnos mejor. Por un lado, porque nuestro “grupo sanguíneo” proviene de Dios uno y trino, cada uno tiene que ser una persona que busca su perfección, pero en el amor,abierta a los demás. La persona es autónoma e independiente, responsable, pero a la vez social; por otro, se nos enseña que las acciones de Dios hacia la humanidad son comunes, pero que cada persona divina deja su impronta. Así la segunda lectura nos habla del amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo, lo que implica que todos los dones que recibimos son manifestación del amor del Padre, de la gratuidad del Hijo y de la comunión del Espíritu, lo que exige que nuestras acciones se realicen en el amor, la gratuidad y la comunión. Igualmente el Evangelio nos recuerda que el Padre envió a su Hijo por amor.

Adorar a Dios uno y trino, acción que se significa con la genuflexión y postración, implica aceptar su soberanía con una vida obediente a su voluntad, es decir, recibir con humildad y agradecimiento sus dones, dejarse transformar por Dios, dejar que Dios sea nuestro Dios y rechazar todos los ídolos, porque los ídolos no son más que concreciones del pecado y destruyen al hombre. El adorador de Dios es hombre libre.

Celebrar la Eucaristía es celebrar el misterio de Dios uno y trino. El Espíritu Santo nos une a Cristo y por Cristo adoramos al Padre, ofreciendo nuestra vida. Todo esto se significa en la gran doxología:Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

martes, 3 de junio de 2014

REFLEXIONA EN PASCUA

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

 

El espíritu Santo crea un pueblo de profetas y testigos

         En Israel Pentecostés fue originariamente una fiesta de origen agrícola que celebraba la cosecha recogida. Más adelante Israel asoció esta fiesta a sus experiencias religiosas, celebrando en ella la cosecha de Pascua que fue la alianza sinaítica, en la que fue constituido pueblo de Dios y recibió el don de la Ley. Siguiendo este esquema, los cristianos celebramos en Pascua la resurrección de Jesús y en Pentecostés su gran cosecha, el don del Espíritu Santo que tiene la tarea de repartir entre todos los hombres la salvación ganada por Jesús. Nos lo recuerda el Evangelio de hoy en que Jesús resucitado nos da el Espíritu Santo y con él la misión.

         Son múltiples las facetas de la acción del Espíritu Santo en cada persona: capacita para oír la palabra de Dios como palabra viva y eficaz, capacita para responder a ella con la fe, en el bautismo nos perdona los pecados y nos convierte en hijos de Dios y miembros del cuerpo de Cristo (2ª lectura), nos capacita para amar como Dios quiere, nos convierte en pueblo de profetas y capacita para dar testimonio como cristianos. Todo esto a nivel personal, a nivel comunitario pone al frente de la comunidad eclesial pastores capacitados para guiar al pueblo de Dios (obispos, sacerdotes, diáconos) y siempre está en el interior de la Iglesia santificándola en los sacramentos, animándolo todo y conduciéndola a su plenitud.

         De entre todas las facetas la fiesta de hoy invita a centrarse en la de pueblo de profetas, que ejercen como testigos de Jesús resucitado que ha comenzado el Reino de Dios, como pone de relieve la 1ª lectura. Cuando en su primer discurso Pedro explica lo que ha sucedido ese día en que oyeron a los apóstoles hablar en otras lenguas, dice que es el cumplimiento de lo que Dios había prometido por el profeta Joel, que llegaría un tiempo en que todo el pueblo de Dios serían profetas, haciéndose así realidad el deseo de Moisés, que deseaba que todo el pueblo pudiera profetizar (Núm 11,29).

         Ser profeta no es tanto poder adivinar el futuro cuanto poder hablar y actuar en nombre de Dios, capacitado para discernir los acontecimientos a la luz de su palabra. Para ello el profeta cuenta con la ayuda del Espíritu Santo, pero es necesario colaborar con él, conociendo la palabra de Dios con la lectura de la Sagrada Escritura y la oración y dándola a conocer como palabra viviente con la propia vida. Así el profeta se convierte en testigo de Jesús y del Reino. En la fiesta de la ascensión se recordaba que todos los cristianos tienen la tarea de ser testigos, hoy se nos dice que para ello contamos con la ayuda del Espíritu Santo que da sabiduría y fortaleza para llevar a cabo esta tarea.

     Es testigo de un acontecimiento el que lo ha visto y puede dar cuenta de él. Esto implica para el cristiano haber visto a Jesús, no sensiblemente sino con los ojos de la fe que es una visión mucho más eficaz, y haber experimentado los frutos de su obra, con la que se ha comprometido. Para el que ha visto a Jesús, este se convierte en el centro de su vida, es su amigo íntimo y vive para él. El que ha experimentado los frutos de la obra de Jesús, ha descubierto un gran tesoro que necesariamente, movido por la alegría (Mt 13,44), lo dará a conocer a los demás. Para esta tarea contamos con la ayuda del Espíritu, pero es necesario ser dóciles a su acción.

         El pueblo judío, en la fiesta de la renovación de la alianza, renovaba su compromiso de vivir como pueblo de Dios. En la celebración de la Eucaristía, nosotros actualizamos la nueva alianza y el compromiso de vivir como pueblo de profetas y testigos. En ella el Padre por medio de Jesús nos da una gracia especial del Espíritu Santo que nos hace ver mejor y capacita para ser testigos. 

Antonio Rodríguez  Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería