Hoy, que recordamos a todos nuestros fieles difuntos, se nos llena el corazón de tristeza ante el recuerdo de tantos familiares queridos que ya no están con nosotros. Es la vivencia solamente humana de la vida y de la muerte. Pero gracias a la muerte en cruz de Jesús y de su resurrección, se nos transforma la pena y el dolor en consuelo y esperanza. Porque por medio de la fe -que actúa por la caridad- que se nos dio en el bautismo, nos unimos cada uno de nosotros a la muerte y resurrección de Jesús y entonces su vida eterna será también para nosotros, vida transformada después de la muerte. No vivimos para morir, morimos para vivir eternamente con Él.
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