El mandamiento principal
El
tema del Evangelio es el amor. Mc lo presenta en un contexto de polémicas entre
los dirigentes del pueblo y Jesús. En esta en concreto Jesús desenmascara una
deformación del
conocimiento religioso puesto al servicio de envidias y celos. El escriba
pregunta sobre el mandamiento principal, Jesús responde con el amor, y el
escriba lo acepta y reconoce que el amor es lo fundamental. Jesús termina
diciendo que no está lejos del Reino de Dios. ¿Qué le falta? El reconocimiento
y seguimiento de Jesús, lo que implica profundizar sobre el misterio de su
persona, como pone de relieve la perícopa siguiente. El conjunto, en el
contexto de Marcos, pone subraya que las diferencias entre Jesús y los escribas
no están en la doctrina, pues profesan la misma, sino en celotipias y envidias,
que buscan todo tipo de excusas, incluso doctrinales, para rechazar a Jesús.
Dios
es amor, por eso la quinta esencia de la religión tiene que ser el amor, a Dios
y a todos los hijos de Dios, que por eso son hermanos nuestros. La religión
cristiana incluye enseñanzas, pero todas están encaminadas a enseñarnos
cómo amar a Dios y al prójimo; igualmente hay mandamientos, pero encaminados al
amor, pues se resumen en dos, amor a Dios y al prójimo; hay celebraciones
litúrgicas, pero todas son celebraciones del amor de Dios y peticiones de
fuerza para poder corresponder; hay jerarquía, pero toda ella está ordenada a
servir en la tarea de ayudar al pueblo a vivir su existencia como un sacrificio
existencial de amor a Dios y al prójimo. Cuando falta el amor, se prostituye la
religión cristiana.
Amor
a Dios y amor al hombre son inseparables. Por eso, cuando a Jesús le preguntan
por el mandamiento principal, responde con dos, diferentes, pero siempre
unidos, amor a Dios y al prójimo. Amar a Dios es amar a sus criaturas a las que
ama. Dios nos ha creado para que vivamos en la tierra creando un mundo
fraternal y solidario, en que todos sus hijos puedan vivir con todas sus necesidades
cubiertas De
esta manera, ejercitándose y creciendo en el amor mutuo, nos preparamos para
recibir el don de la felicidad
plena en
el cielo. Dios quiere que se “haga su voluntad en la tierra como ahora se hace
en el cielo”. Obrando así, mostramos nuestro amor a Dios. Por otra parte, el
amor a Dios alimenta
el amor gratuito y constante a los hombres, frecuentemente sometido a prueba.
Por todo esto el amor efectivo al prójimo es signo del verdadero amor a Dios,
pues “si no amamos a nuestro hermano al que vemos, ¿cómo podremos amar a Dios
al que no vemos” (1 Jn 4,20). “Dios es amor y el que vive en el amor permanece
en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). A los primeros cristianos los llamaron ateos
porque centraban su vida religiosa en el culto existencial de una vida
consagrada a amar a Dios amando al prójimo, y al prójimo se le ama en la vida
de cada día, en las calles y plazas, fuera del templo. De aquí el peligro de
reducir la vida cristiana al culto, desconectado de la vida. El culto es
fundamental, pero como celebración de nuestro sacrificio espiritual unido al de
Jesús. Si no se une nada al sacrificio de Jesús, es culto vacío que defrauda la expectativa de Jesús
al instituir la Eucaristía.
El
amor puede estar acompañado de sentimientos, incluso los sentimientos favorecen
sus expresiones, pero no es fundamental. Lo básico del amor es dar vida a la
persona amada Por eso Dios ha mostrado su amor al hombre entregando a su Hijo,
y éste ha mostrado a su vez su amor entregándose a la muerte por todos nosotros.
Mostramos nuestro amor a Dios y al prójimo con nuestra entrega por el bien
concreto del
prójimo.
Amar
al prójimo es amar a todo hombre necesitado. Prójimo significa cercano. Entre
los judíos se discutían quién era el cercano y en un largo proceso fueron
ampliando el círculo de “cercanos”: primero el familiar, después el connacional
que comparte la misma religión, después el forastero... respecto al enemigo se
le puede ayudar, pero no entra en el círculo de los cercanos. Para Jesús
incluso el enemigo es prójimo. Todos son hijos de Dios y por ello todos son
cercanos, pero especialmente el necesitado, que ha caído en manos de ladrones y
anda marginado por los caminos del mundo...
Celebrar
la Eucaristía es celebrar el amor que nos tiene el Padre, que nos entrega su
Hijo; el amor que nos tiene el Hijo, que se entrega por nosotros; y el amor que
debe tener la comunidad cristiana que se entrega a todo tipo de prójimos. Los
cristianos damos gracias por lo que hacemos y pedimos fuerza para seguir
haciendo de nuestra vida un sacrificio existencial.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de almería
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