Lo primero es estar unidos a Dios; pero le sigue inmediatamente el segundo paso. si Cristo es la Cabeza y nosotros los miembros del Cuerpo Místico, entonces nuestras relaciones mutuas son de miembro a miembro, y todos los hombres somos uno en Dios, una única vida divina. Si Dios es amor y vive en cada uno de nosotros, tenemos que amarnos con amor de hermanos. El amor natural surge sólo entre aquellos que están unidos por un vínculo de sangre, por afinidad de caracteres o por intereses comunes. Para los cristianos, sin embargo, no existen los "extraños". El amor de Cristo no conoce fronteras, no cesa nunca y no echa atrás ante la suciedad o la miseria (El misterio de la Navidad, 3: Obras selectas, pp. 382-383).
Edtih Stein vive en su carne la pertenencia a la humanidad universal realizada en el seno de un pueblo mártir. Siempre subrayará el parentesco irreductible con las víctimas y con los verdugos. Este amor "natural" es quizá un amor característico de la especie biológica humana. Indica el camino, pero de una manera todavía limitada: están los que nos caen bien y los demás, los que cuentan para nosotros, los que nos importan, aquellos que, de un modo u otro, necesitamos... y luego los demás, también seres humanos, sin duda, pero menos cercanos, incluso completamente extraños. Pero para los cristianos no existen los extraños.
Es la compasión lo que nos hace llegar al corazón del otro, comprender y conocer la vida de los demás. Se trata de ir en busca de las ovejas perdidas, que lo estarán menos si nos acercamos a ellas; se trata de ir a buscarlas donde están, para que encuentren su propio camino (y no recuperarlas o llevarlas a nuestro camino recto...).
El amor de Cristo no conoce límites: llega a cada uno en su propio destino y vocación. La comunidad que se reforma así no es un club o un regimiento; el traje que se exige para entrar en el banquete de bodas no es un uniforme, ni siquiera religioso; es sin duda, mucho más profundamente, una disponibilidad necesaria (la responsabilidad por el otro y por su vida). Mi responsabilidad, el deber que se me ha encomendado, consiste en ir hacia el otro de manera profética, viviendo ya lo que no veo y dando ya lo que aún no poseo: la fraternidad de los seres humanos.
15 días con Edith Stein. Michel Dupuis.
Resumen del decimocuarto día.
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