Más íntimo para mí que yo mismo, el Espíritu ya que ha penetrado en mí cuando lo reconozco actuando en mi vida. Sucede algo extraordinario: el odre, ya viejo, es renovado por el vino nuevo. Nada como antes. Para hablar de la oración nos valemos de imágenes y movimientos del amor más humano: acercamientos, contactos, caricias.
Aquí, lo más alto, lo más grande, lo que procede de a todo, por un misterio de amor basado en la Kenosis (anonadamiento), se hace uno uno con lo más bajo, lo más profundo, lo más íntimo. Jesús fue el primero que prometió "quedarse con nosotros".
La respuesta de algunos a los que se les había confiado esta vocación fue constituir "hogares" de oración, de alabanza, lugares dedicados a la vida interior, donde las almas, en la soledad y el silencio, permanecen en la presencia de Dios para ser, en el corazón de la Iglesia, el amor que todo lo vivifica (La oración de la Iglesia: cf. Obras selectas, p. 410).
En el fondo, es preciso estar en oración para acercarnos unos a otros, comprendernos, unirnos y tener la presencia de Dios entre nosotros. En este sentido toda la comunidad es comunidad de oración. Pero también toda oración forma la comunidad. Esta unidad de la Iglesia, que a veces cuesta percibir, es fruto del amor que está presente en la oración.
El pueblo de Dios es el pueblo constituido por Dios y únicamente por Él: sus límites son los de una familia inspirada por una audacia a la vez paterna y materna, la audacia del amor que lleva a todos a la plenitud, que sólo encuentra su alegría en la felicidad de sus hijos reunidos, juntos, reconciliados.
En la Iglesia, en el corazón de esa viña cuidada por el Padre y cuya raíz sigue siendo Jesús que ha vuelto al Padre, circula el amor. El amor realiza poco a poco la unidad en la perfección.
15 días con Edit Stein. Charles Dupuis.
Resumen del decimoquinto día.
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