"Soy tuyo, y todo lo mio te pertenece. Te recibo como todo mi bien. Dame tu corazón" (cf. S. Luís María Grignion de Monfort,Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, VII, 216; IX, 266).
El abandono total y filial a la Virgen María, así como la actitud de admiración y alabanza que Juan Pablo II tiene hacia la Madre de Dios y Madre nuestra, no son para el Papa un simple punto de llegada de si vida espiritual, sino la estrella que guía sus pasos. La Virgen está completamente sometida a Dios: nos enseña a Cristo, es decir, nos lo indica y nos lleva a Él.
Cristo es el único maestro que debe enseñarnos, nuestro único Señor, el único del que dependemos; es la única cabeza del cuerpo del que somos miembros vivos. María es madre nuestra más que nuestras madres terrenas, y nuestra devoción por ella forma parte de la dinámica bautismal.
María es la cristiana más santa y más perfecta; se inclina sobre nosotros, sus hijos, con todo su amor maternal a fin de comunicarnos la semejanza con su Hijo. Hay un primer modo de vivir esta consagración, y es recitar el Angelus. El Papa decía esta oración tres veces al día: por la mañana, al mediodía y por la noche. De este modo Juan Pablo II mostró que el sí de María al ángel continuaba con su sí a Cristo.
El don del Espíritu en nosotros es el anuncio que prolonga y se transforma en continuidad de vida. La Virgen abrió sus brazos en una ofrenda de libertad y dijo su fiat. La respuesta de María define a un "tipo" de ser humano: el hombre que se abre a la alianza y la acoge en actitud de abandono y gratitud.
Como Cristo, que se puso completamente en las manos maternales de maría cuando estaba en Belén y en Nazaret. Como cuando fue bajado de la cruz y entregado a su Madre.
15 días con Juan Pablo II. Francesco Follo.
Resumen del primer día
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