El abecedario del Año de la fe
Adquirir exacta conciencia de la fe
para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para proclamarla.
Beber de las fuentes de la Palabra
para impulsar una auténtica evangelización, con nuevos métodos y con nuevo ardor.
Sólo desde la Palabra sabremos a quién transmitir, por qué y para qué.
Confesar y trasferir sin miedo los
contenidos de nuestra fe cristiana. Presentar aquello que creemos sin
dulcificaciones ni temor a ser rechazados.
Dar valor y sentido divino a la
caridad, de tal forma que nuestra generosidad sea fruto de la íntima relación
con nuestra fe. Que nuestra caridad sea cristiana y no sólo humanitaria.
Estimular e incentivar a los diversos
grupos existentes en la parroquia para que conozcan y profundicen más en las
Sagradas Escrituras.
Facilitar el Sacramento de la
Reconciliación como llamada a la perfección de la vida cristiana, y a saborear
la misericordia de Dios a través del perdón de los pecados.
Gustar y consolidar la amistad con
Jesucristo. Para ello, como recuerda el Papa Benedicto XVI, es necesario
abandonar los desiertos excesivamente mundanos en los que se diluye nuestra
vida cristiana.
Hacer de este Año de la fe una
lectura objetiva, eclesial y renovadora del Concilio Vaticano II. Alejarnos de
los radicalismos -en un sentido y otro- será una oportunidad para redescubrir
aquel acontecimiento eclesial que ha marco un antes y después en la vida de la
Iglesia.
Irradiar con alegría la experiencia
de Jesucristo muerto y resucitado, mediante la recitación confiada y pública
del Credo.
Jalonar toda la acción pastoral del
presente Año de la fe visualizándola en el ámbito de la caridad. El
presente año, y en la coyuntura de crisis, es una oportunidad para demostrar
los quilates de nuestra identidad cristiana.
Leer con más detenimiento e interés
la Palabra de Dios. Debemos descubrir la necesidad de alimentarnos con la
Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida,
ofrecido a todos los que son sus discípulos.
Memorizar como oración cotidiana el Credo.
Con ello retomaremos una buena costumbre presente ya desde los inicios del
anuncio evangélico.
Nostalgia de Dios. Es decir;
recuperar el deleite por las cosas de Dios a través de la liturgia, de la
piedad popular, de la música sacra, polifónica, canto gregoriano, los
sacramentos, y de la fe celebrada en comunidad.
Orar para que la Iglesia, con todos
sus miembros, nos sintamos llamados a una constante conversión hacia el que es
el único Salvador del mundo: Jesucristo.
Percibir los signos de los tiempos
como una convocatoria a comprometernos mucho más desde nuestra condición de
cristianos. No sirve ya el lamentarse o detectar el mal de nuestra sociedad. Es
preciso ser sal, levadura y luz allá donde nos encontramos.
Querer y buscar espacios de
reflexión, estudio y oración. Los jubileos bíblicos llevaban siempre al pueblo
de Dios a la meditación sobre las acciones salvadoras de Dios y sobre el
compromiso de la alianza.
Resolver y abandonar la timidez
apostólica en la que, frecuentemente, caemos los católicos. ¿Por qué no se hace
sentir mucho más la voz de los cristianos en los ámbitos políticos, económicos,
sociales, etc.?
Sintetizar, para una mejor comprensión
y conocimiento, el Catecismo de la Iglesia católica, con motivo del 20
aniversario de su publicación.
Testificar y transmitir, ante las
realidades que nos rodean, el don de la fe. Sólo desde la experiencia, profunda
y real, podremos dar razón de aquello que decimos sentir y creer.
Unir nuestra fe a la del Papa y a la
de la misma Iglesia. Ésta no es otra que aquella que está basada en el cimiento
de la roca de los apóstoles: una sola fe, un solo Dios y Padre.
Valorar la fe como un don recibido,
pero también como una tarea a realizar. La Iglesia, por sí misma, es misionera.
Un miembro de la Iglesia, o es misionero, o le falta algo a su fe: testimonio
vivo de Jesucristo.
Web, blog y creatividad para hacer
presente el mensaje de Jesús de Nazaret con las técnicas de los nuevos tiempos
y con el tesoro que llevamos entre manos: la nueva evangelización.
Yuxtaponer, en todo momento, la fe a
las opciones de cada día, la Palabra que ilumina, a las decisiones.
Zambullirse de lleno, como
cristianos, en la vida eclesial. Colaborar con ella en aquello que podamos
realizar, y, sobre todo, estar orgullosos de pertenecer a la Iglesia católica.
Javier Leoz
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