Dios quiere que todos los hombres se salven
San Pablo en la 2ª lectura nos invita a apreciar la fe recibida y a darla a conocer a los demás. Es fundamental apreciar lo que tenemos, pues cuando se aprecia una realidad, espontáneamente tendemos a compartirla con alegría. Es la moraleja de la parábola del tesoro escondido (Mt 13,44): cuando se descubre el tesoro, es tanta la alegría que se hace lo que sea necesario para poseerlo.
Primero es valorar el Evangelio como alegre noticia que nos salva: que Dios es nuestro Padre misericordioso, que ha enviado a su Hijo para salvarnos, haciéndonos hijos suyos; que los cristianos formamos una gran familia de hijos de Dios, comprada por Jesucristo nuestro hermano mayor. Él camina con nosotros a la cabeza de una caravana, que ya ha llegado con él a la meta, en la que quiere que compartamos su alegría y felicidad. Para ello nos ofrece todo tipo de medios, nos da su Espíritu que nos capacita para vivir como hijos de Dios y nos alimenta con la palabra y con los sacramentos. En esta Eucaristía, por ejemplo, nos recuerda que los bienes son provisionales y que tenemos que usarlos de forma que nos rindan en el futuro. Sin nada nacimos, sin nada moriremos, pero mientras tenemos los bienes, hay que usarlos de forma que nos sirvas para el futuro, lo que implica usarlos como medios y con una finalidad social. Por otra parte, nos alimenta ahora con la Eucaristía y nos alienta con la compañía de los hermanos.
Pero Dios no obliga a nadie a ser su hijo, porque quiere que lo aceptemos y amemos libremente. Tenemos que dar gracias a Dios porque lo hemos aceptado y vamos caminando unidos y arropados mutuamente hacia una meta que vale la pena. Tenemos sufrimientos y problemas, como todos los humanos, pero todo adquiere un nuevo color cuando se vive una vida con sentido.
Este don que hemos recibido está destinado a toda la humanidad. San Pablo lo razona: porque hay un solo Dios, padre misericordioso de todos que quiere que todos participen de su gloria; porque para ello murió y resucitó por todos Jesucristo, su Hijo, único mediador. A veces nos preguntamos: si Dios quiere realizar este plan salvador, tan acorde con su naturaleza, ¿quién se lo impide? ¿Qué necesidad tiene de nuestra oración? Tiene necesidad en cuanto que quiere que la salvación sea obra de la solidaridad humana. Dios ha creado una humanidad autónoma y respeta la libertad que él le ha dado. Cuando la humanidad pecó, no intervino directamente sino que envío a su Hijo que se hizo hombre y, en cuanto tal, tenía voz y voto en la humanidad. Dios no quiere salvar a los hombres sin la colaboración humana. De aquí la responsabilidad que tenemos los cristianos de dar a conocer el plan de Dios. Cristiano y misionero se identifican. Por eso se nos pide la oración por la conversión de todos los hombres y, junto a ella, un talante misionero que se debe concretar en acciones concretas según el tiempo y lugar.
Al comienzo de un nuevo curso no solo hay que programar hacia dentro de la comunidad sino también hacia fuera. Los grupos cristianos tienen el peligro de encerrarse en sí mismos, olvidando su misión de ser fermento misionero. El papa Benedicto ha impulsado la creación de “foros de los gentiles” donde se ofrezca una plataforma a las personas que no tienen fe. Por su parte, el papa Francisco ha recordado insistentemente en la última JMJ la necesidad de una “conversión misionera”, que se traduce en salir a la calle. En la Iglesia tenemos el peligro de cuidar y superproteger a la oveja que tenemos dentro y olvidarnos de las 99 que están fuera.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería
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