El Papa Francisco ha dicho: que “ser catequista” es una vocación y no un trabajo.
Ayudar a los niños, a los muchachos, a los jóvenes,
a los adultos a conocer y a amar cada vez más al Señor,
es una de las aventuras educativas más bellas,
¡se construye la Iglesia! ¡“Ser” catequistas! No trabajar
como catequistas, ¡eh! ¡Eso no sirve! Yo trabajo
como catequista porque me gusta enseñar... pero tú
no eres catequista, ¡no sirve! ¡No serás fecundo! ¡No
serás fecunda!
Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es
la vocación; no trabajar como catequista. Entiendan
bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino “serlo”,
porque envuelve la vida.
Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con
la vida, con el testimonio. Recuerden aquello que Benedicto
XVI nos ha dicho: “la Iglesia no crece por
proselitismo. Crece por atracción”. Y eso que atrae es
el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio
de la fe; ser coherente con la propia vida. Y esto no es
fácil. ¡No es fácil! Nosotros ayudamos, nosotros guiamos
hacia el encuentro con Jesús con las palabras y
con la vida, con el testimonio.
Me gusta recordar aquello que San Francisco de Asís
decía a sus frailes: “Prediquen siempre el Evangelio y
si fuese necesario también con las palabras”.
Pero antes el testimonio: que la gente vea en sus vidas
el Evangelio, pueda leer el Evangelio. Y “ser” catequistas
requiere amor, amor a Cristo cada vez más
fuerte, amor a su pueblo santo. Y este amor no se
compra en las tiendas; no se compra ni siquiera aquí
en Roma.
¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo!
¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo parte de
Cristo y nosotros debemos volver a partir desde Cristo,
de este amor que nos da. Para un catequista, para
ustedes, también para mí, porque también yo soy catequista.
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