Reconocer la ceguera para seguir a Jesús por el camino
El Evangelio de hoy recuerda la curación de un ciego realizada
por Jesús y que san Marcos presenta en sentido simbólico, como reconocen la
mayor parte de comentaristas. En todo el contexto el evangelista está mostrando
lo que favorece conocer a Jesús y seguirle de forma auténtica a Jerusalén, y lo
que lo impide. Al final, la figura del ciego, que reconoce su ceguera y pide la
curación a Jesús, es una invitación al creyente para que reconozca su ceguera y
pida a Jesús que le haga ver su verdadero rostro para que le siga con ánimo a
Jerusalén para compartir su muerte y resurrección.
El corazón tiene tendencias a inducirnos a un autoengaño que
justifique el tipo de vida que estamos llevando y la visión que tenemos de
nosotros y de las cosas. Busca con ello una falsa paz, que en el campo religioso
se traduce en un cristianismo amorfo y sin vida o en la negación de toda
religiosidad.
El que ama el engaño, en él perecerá. A los que no aman la verdad “Dios
les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira para
que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la
iniquidad” (2 Tes 2,11-12). Al contrario, al que busca sinceramente la luz de
la verdad, Dios no se la niega. S Agustín fue un amante de la verdad y después
de un largo peregrinaje la encontró; John Henry Newman, otro amante de la
verdad, después de una larga búsqueda, encontró la fe católica, y así otros
muchos.
Jesús es luz y se entra en su mundo por medio de la luz: « Yo soy la luz
del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz
de la vida. » (Jn 8,12); es “la luz que brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5). La palabra de Dios nos invita hoy a
acoger la verdad y no rechazarla para alcanzar un verdadero conocimiento de
Jesús. Para ello es básico que todos reconozcamos nuestras cegueras mayores o
menores como primer paso para poder ver, reconocer a Jesús como Salvador y ser
salvados por él: « Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no
ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. » Algunos fariseos que
estaban con él oyeron esto y le dijeron: « Es que también nosotros somos
ciegos? » Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero,
como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece. » (Jn 9,39-41). El que
reconoce su ceguera, acude a Jesús, pide ver, recibe la salvación y con ello la
capacidad de seguir a Jesús por el camino con alegría.
Conocer la verdad sobre uno mismo es reconocer que somos mortales, con un
principio y un fin. Esto es necesario, pero no basta, pues puede inducir a caer
en un relativismo hedonista: Comamos y bebamos que mañana moriremos. Nuestra
verdad completa incluye además reconocer que Dios ha puesto en nuestro corazón
un hambre de felicidad infinita que nos capacita para reconocerlo como nuestro
Creador y Salvador: “Nos has
hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en
ti. [San Agustín]. Esto implica
reconocer que somos criaturas de Dios Padre que nos ha llamado a la existencia
para que compartamos su gloria, siendo hijos en su Hijo (Ef 1,5) y que cuenta
con cada uno de nosotros para crear un mundo mejor, viviendo una vida de
servicio solidario. Reconocer mi verdad es aceptar que soy débil y pecador,
necesitado de salvación de Dios.
Conocer la verdad sobre los demás es reconocer que todos somos criaturas de
Dios, iguales y llamados a vivir solidariamente, lo que excluye mirar al otro
como competidor o enemigo. “Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad
cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros”
(Ef 4,25).
Conocer la verdad sobre la creación es reconocer que Dios ha creado los
bienes como medio para que todos se realicen como personas, lo que excluye la
adoración de los bienes como si dieran la salvación. Conocer la verdad es
reconocer el primado del amor sobre todos los demás valores, pues al final
seremos examinados de amor.
Conocer la verdad es una tarea constante que hemos de afrontar, evitando
las interferencias del orgullo, la avaricia, la ambición, el hedonismo... que
impiden reconocer a Jesús como salvador. Como dice san Pablo: “En otro
tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de
la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad.
Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las
obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya
sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser
denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz.
Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y
te iluminará Cristo (Ef 5,8-14).
En la tarea de conocer la verdad ayuda el examen de conciencia frecuente,
la aceptación humilde de la corrección fraterna, la propia experiencia de las
pruebas que nos hacen sentir nuestra debilidad...
Además de buscar la verdad para cada uno, tenemos que ayudar a ver a muchos
hermanos que yacen tumbados a la vera del camino, aparentemente ajenos a la
Verdad. Ciertamente que Cristo resucitado trabaja en el corazón de todos los
hombres, pues Dios quiere la salvación de todos. Nuestra tarea consiste,
primero, en no poner obstáculos a su búsqueda de la Verdad con nuestra falta de
testimonio y, después, favorecer todo lo que sea búsqueda sincera, respetando
su proceso personal.
En cada Eucaristía pasa ante
nosotros Jesús, que nos invita a salir a su encuentro reconociendo nuestras
cegueras y pidiéndole ver y seguirle por su camino.
Antonio Rodríguez Carmona
Sacerdote de la diócesis de Almería
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