LUCES DE ESPERANZA
Al comienzo del Adviento es preciso recordar la esperanza. Sin ella no podríamos percibir un futuro positivo y deseable. Y nos hundiríamos en el pesimismo de quien siente haber fracasado en la vida. Sin un futuro realmente luminoso, nos perdemos en el camino. El futuro prende en nosotros la humilde lámpara de la esperanza.
1. Todos necesitamos esperar algo. Aguardamos la hora feliz de conseguir lo que anhelamos. Pero eso que esperamos no va a caer de las nubes. Ha de ser preparado con nuestro trabajo. Ahora bien, las cosas pueden ofrecernos satisfacciones, pero no nos aportan la felicidad. Como ha dicho el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud, en Brasil, tanto los jóvenes como los adultos sentimos “la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer”.
2. Así pues, no nos basta con esperar algo. Necesitamos esperar a alguien. Lo saben los jóvenes que aguardan la aparición de la persona en la que desean depositar su amor. Y lo saben los esposos que esperan la llegada de sus hijos. Vivir “en estado de esperanza” es la imagen de toda la existencia humana. Esperar a alguien exige estar muy atentos a los signos que pueden anunciarnos su llegada. No dejar pasar el momento. Y hacer de él un verdadero encuentro que nos saque de nosotros mismos.
3. Además de esperar a alguien, necesitamos esperar en alguien. Poner en otra persona nuestra confianza. Descansar en ella. Eso es lo que acerca la esperanza a la fe humana y al amor interpersonal. Claro que el esperar en otro puede a veces defraudarnos. A fin de cuentas, deseamos poder esperar en Otro, mayor que nosotros, Queremos que nos acoja con alegría y generosidad, que nos ame hasta perdonarnos y que nos ayude a comenzar el camino cada día, como si fuera el primero de nuestra vida. En realidad, de esa forma solo podemos esperar en Dios.
4. Y, finalmente, necesitamos que alguien espere algo bueno de nosotros. Y que espere en nosotros. Necesitamos sentirnos necesitados. Todos agradecemos que los demás confíen en nosotros y se fíen de nosotros. Queremos que estén seguros de que podemos hacer algo significativo en nuestra vida y para la vida de los demás. Pues bien, una esperanza tan firme y tan inmotivada, tan amante y tan fiel, sólo Dios nos la puede demostrar.
“Seamos luces de esperanza”. La última Jornada Mundial de la Juventud nos ha recordado que el hábito y la virtud de la esperanza son fundamentales en la vida de los jóvenes. El Papa Francisco ha dicho que los jóvenes no solo necesitan cosas. “Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo”.
Hemos de estar muy atentos para no apagar sus mejores esperanzas. Y para no sustituir la esperanza última y verdadera por los abalorios de las esperanzas inmediatas. Todo eso nos recuerda el tiempo de Adviento
José-Román Flecha Andrés
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