“¡Cómo no abismarse en tu grandeza, en tu misericordia, que habita en el hombre y le sostiene! Tú perdonas lo que el hombre no concibe perdonar. Tú olvidas las ingratitudes. Tú tienes tus complacencias entre los hijos de Adán, aunque estos hijos no te quieran y, sin embargo, Señor, no te quejas, y aun miras sonriente a los que te clavan en la cruz. ¡Qué ejemplo tan admirable! Tú nos enseñas y nosotros no queremos aprender… ¡Qué bueno sois, Señor!
El Hermano Rafael
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