En la homilía que el Papa Francisco predicó durante la Misa Crismal el pasado Jueves Santo en Roma, dijo dirigiéndose a los sacerdotes: esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note. Y esta petición puede ampliarse a todos los que somos y formamos la Iglesia, porque por el Bautismo todos participamos del sacerdocio común, y todos estamos llamados a anunciar a Cristo Resucitado, como recuerda el Proyecto de Acción Católica General “A vino nuevo, odres nuevos”: El Concilio ha dado una respuesta clara… la obra de la evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios (AG 35).Nuestros obispos, por su parte, han dicho que la participación de todos los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia es hoy especialmente urgente y necesaria (CLIM 10).Todos, de algún modo, debemos ser “pastores”, y por tanto todos deberíamos “oler a oveja”.
Esto de “oler a oveja” de entrada nos puede parecer extraño, incluso podemos rechazar la idea… hasta que, teniendo presente la Palabra de Dios que hemos escuchado en este IV Domingo de Pascua (conocido como Domingo del Buen Pastor), nos damos cuenta de que nosotros ante todo “ovejas”, así lo hemos repetido en el Salmo: Somos su pueblo y ovejas de su rebaño, así que, si somos fieles a nuestro ser “su pueblo”… ¿a qué vamos a oler, sino a oveja?
El mismo Jesús nos lo ha dicho en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Debemos ser ovejas, aprender a escuchar la voz de nuestro Buen Pastor… y seguirle transmitiendo a otros esta experiencia, para que también puedan ser ovejas y entren a formar parte del rebaño de Cristo, como Él dijo: Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor (Jn 10, 16). Y el Señor, para traer a esas otras ovejas, cuenta con nosotros en la misión evangelizadora y formar así su rebaño, como refería la 2ª lectura: una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas.
Y en esa misión evangelizadora nos encontraremos con la situación que describía la 1ª lectura: quizá los que nosotros pensamos que están más dispuestos a escucharnos reaccionen como los judíos, que respondían con insultos a las palabras de Pablo, o como las señoras distinguidas y devotas y los principales de la ciudad, que provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron del territorio; y quizá los que nosotros pensamos que están menos dispuestos a escucharnos reaccionen como los gentiles, que se alegraron mucho y alababan la Palabra del Señor. A la hora de ser testigos del Resucitado, no tengamos ideas preconcebidas; como nos recordó el Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana (25): Los hombres tienen necesidad de esperanza para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo». Por esto la Iglesia es misionera en su íntima esencia. No podemos tener solo para nosotros las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo. Esas palabras son para todos, para cada hombre. Cada persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.
¿Tengo asumido que “soy oveja” de Cristo, el Buen Pastor? ¿Escucho su voz? ¿Cómo es mi seguimiento del Buen Pastor? En resumen: ¿“Huelo a oveja”? Y aun sabiéndome oveja, ¿hago de “pastor” para que otros también puedan ser ovejas de Cristo?
Tras el paso de Pablo y Bernabé por Antioquía de Pisidia, los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo. Que nosotros, sabiéndonos ovejas de Cristo y “oliendo a oveja” como nos pide el Papa, llevemos a cabo lo que el Sínodo de los Obispos indicó: afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea una siembra entre lágrimas (…) Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».
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