"Tienes que arreglar mi casa". Una razón fundamental: lo único que veo en la tierra del Hijo de Dios es precisamente su cuerpo y su sangre, y los sacerdotes son quienes me lo ofrecen en la Eucaristía. Por tanto, de ninguna de las maneras quiero predicar contra la voluntad del párroco, del rector de la iglesia, aunque yo tuviera más sabiduría que tuvo Salomón, como escribe en el Testamento. Y amar y honrar a los sacerdotes porque son mis señores. Y aunque tengan pecados, no quiero echar cuenta de ellos, porque soy su siervo. Y son los que me amparan, y cuando me persiguen quiero acogerme en su casa.
Por su parte, el hermano sacerdote ha de tener en cuenta la gran responsabilidad que asume. Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque Él es santo. Es decir, el sacerdote debe poner a disposición de la Iglesia los dones que de Dios ha recibido, porque aquello que se le ha dado es para el bien de la Iglesia.
Con su ejemplo y en sus escritos, Francisco manifestaba una profunda y devota veneración por el sacerdote. Pero ninguna más importante que la de reconocer que el sacerdote es el que hace que descienda sobre el altar, gracias a las palabras y a las manos del ministro, el mismo Hijo de Dios.
Nunca debe olvidarse el sacerdote de la dignidad con la que el Señor le ha regalado. Pero esta vida y honor ha de estar por completo al servicio del altar y de la caridad entre los hombres. Y tener en cuenta que esto es lo primero: servir y honrar a Dios y a sus hijos más pobres.
Se ha escrito mucho acerca de la razón por la que Francisco no fue sacerdote. Ni sentimientos de humildad ni deseo frustrado. Simplemente, Dios no lo había llamado por el camino del ministerio sacerdotal. Quería a Francisco para que fuera nada más que un pobre que hablara de Dios Padre a los pobres.
De entre todos los escritos de san Francisco se puede entresacar un pequeño directorio de espiritualidad sacerdotal. En el primer capítulo había de figura la santidad del sacerdotal, que tiene su manantial en la celebración de la Eucaristía. Para realizar ministerio tan admirable, debe dejarse acompañar de una oración continua y de suplica permanentemente para que le sea concedido el Espíritu del Señor. Capítulos imprescindibles han de ser el de la humildad y el del servicio, porque todo lo ha recibido el sacerdote es favor de Dios, pero no para guardarlo para sí mismo, sino para que sirva de beneficio de los demás.
Las virtudes de alabanza, generosidad, desprendimiento y gratitud ha de ser expresión permanente de aquel que ha sido elegido por Dios para que sea lo más visible que los hombres puedan apreciar de la misma presencia del Hijo de Dios en el mundo.
Por su parte, el hermano sacerdote ha de tener en cuenta la gran responsabilidad que asume. Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque Él es santo. Es decir, el sacerdote debe poner a disposición de la Iglesia los dones que de Dios ha recibido, porque aquello que se le ha dado es para el bien de la Iglesia.
Con su ejemplo y en sus escritos, Francisco manifestaba una profunda y devota veneración por el sacerdote. Pero ninguna más importante que la de reconocer que el sacerdote es el que hace que descienda sobre el altar, gracias a las palabras y a las manos del ministro, el mismo Hijo de Dios.
Nunca debe olvidarse el sacerdote de la dignidad con la que el Señor le ha regalado. Pero esta vida y honor ha de estar por completo al servicio del altar y de la caridad entre los hombres. Y tener en cuenta que esto es lo primero: servir y honrar a Dios y a sus hijos más pobres.
Se ha escrito mucho acerca de la razón por la que Francisco no fue sacerdote. Ni sentimientos de humildad ni deseo frustrado. Simplemente, Dios no lo había llamado por el camino del ministerio sacerdotal. Quería a Francisco para que fuera nada más que un pobre que hablara de Dios Padre a los pobres.
De entre todos los escritos de san Francisco se puede entresacar un pequeño directorio de espiritualidad sacerdotal. En el primer capítulo había de figura la santidad del sacerdotal, que tiene su manantial en la celebración de la Eucaristía. Para realizar ministerio tan admirable, debe dejarse acompañar de una oración continua y de suplica permanentemente para que le sea concedido el Espíritu del Señor. Capítulos imprescindibles han de ser el de la humildad y el del servicio, porque todo lo ha recibido el sacerdote es favor de Dios, pero no para guardarlo para sí mismo, sino para que sirva de beneficio de los demás.
Las virtudes de alabanza, generosidad, desprendimiento y gratitud ha de ser expresión permanente de aquel que ha sido elegido por Dios para que sea lo más visible que los hombres puedan apreciar de la misma presencia del Hijo de Dios en el mundo.
15 días con Francisco de Asís. Card. Carlos Amigo Vallejo.
Resumen del quinto día.
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