Después de haber celebrado en estos días la pasión, muerte y sepultura del Hijo de Dios. Cuando todo parecía que la muerte tendría la última palabra y que todo quedaría oculto para siempre en el sepulcro, la verdad es otra muy distinta. ¡El amor no puede quedar enterrado para siempre! ¡La vida es más fuerte que la muerte! Surge un grito esperanzador: "No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo puesieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro. Él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, tal como lo dijo". La pasión de Jesús desemboca en el triunfo de la Pascua. La Pascua de Jesús ilumina la comprensión de todo su misterio; las predicciones de la pasión se cerraban siempre con un anuncio de la resurrección.
Los protagonistas de este relato, situado temporalmente en la madrugada del domingo, son un grupo de mujeres que Marcos ha mencionado ya antes en el relato de la pasión. Estas mujeres son las únicas que han permanecido junto a la cruz de Jesús después de que sus discípulos le abandonasen.
El momento central del episodio está constituido por el encuentro de las mujeres con el joven vestido de blanco. El mensaje tranquilizador y sorprendente que escuchan, anunciándoles la resurrección de Jesús, aclara definitivamente el sentido de lo que están viendo y suena como una verdadera confesión de fe. A este anuncio pascual sigue un encargo que revela que la tumba de Jesús no es el final del camino del discipulado, sino el punto de partida donde todo puede comenzar de nuevo.
Sorprende especialmente el silencio de las mujeres que huyen atemorizadas del sepulcro y no cumplen el encargo recibido. Ni siquiera la resurrección del Señor puede dar lugar a falsos triunfalismos que les hagan olvidar la necesidad de seguir al crucificado. El silencio final de las mujeres en la mañana de Pascua nos invita a llenarlo con palabras y gestos de testimonio.
Se nos invita a "volver a Galilea", es decir, al lugar donde Jesús empezó su camino seguido por sus discípulos. Se trata de comenzar de nuevo, más allá de todo fracaso, de ponerse una vez más tras las huellas del Maestro para volver a escuchar su palabra y ser testigos de lo que hizo, de releer la propia experiencia de seguimiento sabiendo, eso sí, que el itinerario hacia la cruz termina siempre en la resurrección. Este "volver a Galilea" significa estar dispuesto a no dejar que las experiencias de dolor, de incoherencia, de negatividad... frusten nuestro camino de discipulado.
Desde antiguo los cristianos celebraron la Pascua de Cristo como una victoria. Ya el grito de Pablo: "Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado" evidencia el sentido de la victoria pascual que los discípulos festejan como un triunfo. El triunfo de Cristo ilumina la existencia del cristiano para convertirla también en una Pascua gloriosa.
Si la luz de la Resurrección, simbolizada en la llama que cada cristiano recibe del cirio pascual, en la vigilia de la noche santa, ilumina constantemente la existencia, el cristiano podrá repetir y vivir la frase de Basilio de Seleucia: "Cristo con su Resurrección ha hecho de la vida de los hombres una fiesta continua". Podrá pues afrontar la vida y la muerte como un testigo del resucitado. Con la luz de la fe en los ojos, la alegría en el corazón, la fortaleza en las adversidades, el amor en todas sus manifestaciones. La Pascua de Jesús convierte en Pascua gloriosa la vida y muerte de los cristianos.
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