En el Antiguo Testamento encontramos numerosos ejemplos de llamada divina, llamada para una función de servicio a todo el pueblo, llamada imperiosa pero deja libertad de respuesta. Antes de responder a la llamada, la cuestión es saber si es el Señor el que llama; así ocurre en el caso de Samuel. La llamada conllevará a menudo sufrimiento para el elegido.
S. Pablo nos habla que la dignidad del cuerpo proviene del hecho de que todo cristiano está incorporado a Cristo, y de que su cuerpo es miembro del mismo Cristo. Pablo conoce el destino del hombre, sabe que no nos pertenecemos y que tenemos que recuperar nuestro verdadero destino, pues nuestros cuerpos están destinados al Señor en la eternidad. El que se une a Cristo se hace un solo espíritu con él, es decir, encuentra en Cristo su propia divinización, su transformación en templo del Espíritu.
Hermoso relato de la vocación apostólica, con el tono del testigo y la sensibilidad del joven que queda impactado por el encuentro con una persona. Un encuentro que cambia la vida porque responde a las inquietudes más grandes del corazón. Así empieza Jesús a rodearse de discípulos y amigos, y se va revelando poco a poco a los que van a vivir en su intimidad. No es fácil seguirlo si no se le encuentra.
La pastoral del Maestro, que Él mismo enseña a la Iglesia, es la de crear comunidades acogedoras donde la presencia espiritual se perciba, donde las personas queden selladas por el misterio del amor recíproco que lo acerca, por la respuesta que da una vida.
Es la nueva evangelización que presenta Juan desde las primeras páginas de su Evangelio y la que propone al final con las palabras de Jesús en la Última Cena;
- La caridad como signo de que somos discípulos de Jesús.
- La unidad como testimonio para que el mundo crea.
- El amor como demostración de la presencia de Dios.
Comunidades que vibran en la caridad recíproca como lugares para ese "venid y veréis" de la experiencia vocacional que convence, que atrae y que se convierte en una evangelización que contagia. Para s. Juan, el "ver" es el punto de partida de la fe y de una actitud nueva.
En nuestra vida de fe hemos encontrado testigos, como lo fueron Juan Bautista y Andrés que nos han mostrado al Cordero de Dios. Pero nos hemos dado cuenta de que sólo cuando vamos tras Jesús y pasamos tiempo con él descubrimos su auténtico rostro, y así lo podemos manifestar en nuestra vida, entrando a formar parte de esa cadena casi infinita de testigos. Sólo a través del contacto personal con Jesús podremos llevar a cabo nuestro seguimiento y llevar a otros a Cristo, igual que hicieron con nosotros.
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