Felices los que dan la vida
por los demás.
Los que trabajan duro
por la justicia anhelada.
Los que construyen el Reino
desde lugares remotos.
Los que, anónimos
y sin primeras planas,
entregan su vida para que otros
vivan más y mejor.
Los que con su diario sacrificio
abren huellas de humanidad nueva
en un mundo mellado
por el egoísmo neoliberal
del «dios-mercado».
Felices los que aman
al hermano concreto.
Los que no se van en palabras
sino que muestran su amor verdadero
en obras de vida,
de compañía y de entrega sincera.
Felices los que enseñan,
los que intentan que todos aprendan
sin distinciones de color, piel o dinero.
Felices los que comparten sus bienes
dones-regalos del Buen Dios
para vivir como hermanos
y demostrarlo en la práctica.
Los que no guardan con egoísmo
sino que brindan y comparten.
Felices los que encuentran
que este amor, hoy,
se revela en un camino:
ser solidario.
Marcelo Murúa
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