«Nosotros sabemos que hemos pasado de la
muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (1 Jn
3, 14).
Juan
escribe a las comunidades cristianas fundadas por él en un momento de grave
dificultad, pues comenzaban a proliferar herejías y falsas doctrinas en materia
de fe y de moral, además del ambiente pagano en el que debían vivir los
cristianos, duro y hostil al espíritu del Evangelio.
Queriendo
ayudar a los suyos, el apóstol les indica el remedio radical: amar a los
hermanos, vivir el mandamiento del amor recibido desde el principio, en el cual
él ve resumidos todos los mandamientos.
Si
actúan así, sabrán lo que es «la vida», es decir, profundizarán cada vez más en
la unión con Dios, tendrán la experiencia de Dios Amor. Y si viven esta
experiencia, serán confirmados en la fe y podrán hacer frente a todos los
ataques, sobre todo en tiempo de crisis.
«Nosotros sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».
«Nosotros
sabemos...». El apóstol se refiere a un conocimiento que procede de la
experiencia. Es como si dijese: lo hemos comprobado, lo hemos palpado. Es la
experiencia que los cristianos evangelizados por él hicieron al principio de su
conversión; es decir, que al poner en práctica los mandamientos de Dios, en
particular el mandamiento del amor a los hermanos, entramos en la vida misma de
Dios.
Pero
esta experiencia ¿la conocen los cristianos de hoy? Sin duda saben que los
mandamientos del Señor tienen una finalidad práctica. Jesús insiste continuamente
en que no basta con escuchar, sino que hay que poner en práctica la Palabra de Dios (cf. Mt
5,19; 7, 21; 7, 26).
Lo
que no es evidente para la mayor parte de ellos -o porque no lo saben, o porque
lo conocen de un modo puramente teórico, es decir, sin haber tenido la
experiencia- es ese aspecto maravilloso de la vida cristiana que el apóstol
pone de manifiesto: que cuando vivimos el mandamiento del amor, Dios toma
posesión de nosotros, y un signo inconfundible es esa vida, esa paz, esa
alegría que Él nos lleva a probar ya en esta tierra. Entonces todo se ilumina,
todo se vuelve armonioso; ya no hay separación entre la fe y la vida. La fe se
convierte en la fuerza que compenetra y une entre sí todas nuestras acciones.
«Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».
Esta
Palabra de vida nos dice que el amor al prójimo es el camino regio que nos
lleva a Dios. Puesto que todos somos hijos suyos, nada le importa más a Él que
el amor a los hermanos. No le podemos dar una alegría más grande que la que le
proporcionamos cuando amamos a nuestros hermanos.
«Nosotros sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos»
Los
hermanos de los que habla el apóstol son sobre todo los miembros de las
comunidades de las que formamos parte. Si es verdad que tenemos que amar a
todos los hombres, también es verdad que este amor nuestro debe comenzar por
aquellos que habitualmente viven con nosotros, para luego extenderse a toda la
humanidad. Es decir, debemos pensar ante todo en nuestros familiares, en
nuestros compañeros de trabajo, en los miembros de la parroquia, de la
asociación o comunidad religiosa a la que pertenecemos. El amor a los hermanos
no sería auténtico ni ordenado si no partiese de aquí. Dondequiera que nos
encontremos, estamos llamados a construir la familia de los hijos de Dios.
«Nosotros sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».
Esta
Palabra de vida nos abre inmensas perspectivas. Nos empuja a la divina aventura
del amor cristiano con consecuencias imprevisibles. Ante todo nos recuerda que
en un mundo como el nuestro, en el cual se teoriza sobre la lucha, la ley del
más fuerte, del más astuto, del que tiene menos escrúpulos, y donde a veces
todo parece paralizarse por el materialismo y el egoísmo, la respuesta que hace
falta es el amor al prójimo. Ésta es la medicina que lo puede sanar, pues
cuando vivimos el mandamiento del amor no sólo se tonifica nuestra vida, sino
que repercute en todo lo que tenemos alrededor; es como una ráfaga de calor
divino que irradia y se propaga, penetrando en las relaciones entre personas y
entre grupos y transformando poco a poco la sociedad.
Decidámonos,
pues. Hermanos a los que amar en nombre de Jesús los tenemos todos, los tenemos
siempre. Permanezcamos fieles a este amor y ayudemos a muchos otros a serlo.
Así conoceremos en nuestra alma lo que significa la unión con Dios. La fe se
reavivará, desaparecerán las dudas y no sabremos lo que es el aburrimiento. La
vida será plena, plena.
Chiara Lubich
No hay comentarios:
Publicar un comentario