2. Etapas de una búsqueda
Los primeros recuerdos del encuentro con Cristo se remontan a la época de su estancia en las Agustinas de Nuestra Señora de Gracia. María de Briceño le habla del Evangelio. Por entonces la joven Teresa tenía el corazón tan recio "que si leyera toda la Pasión no llorara una lágrima" (Vida, 3,1). Poco a poco ese corazón duro ira cediendo. Harán brecha en su vida las palabras del Evangelio, pocos meses mas tarde: "Con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas..." (Vida, 3,5). Terminará por conmoverse ante los trabajos del Señor que ella querrá imitar al menos para devolverle algo al Señor de su amor. (Vida, 3,6).
La decisión de abrazar la vida religiosa cuajo en esa extraña motivación de vivir su opción por Cristo para pasar en los trabajos de la religión algo que pudiese pagar lo que ella sentía que el Señor había hecho por ella, aunque el recuerdo que ella conserva de su profesión religiosa está transido de una vocación de intimidad con Cristo: "el desposorio que hice con Vos" (Vida, 4,3). Por entonces sabia apreciar la vida religiosa como servicio del Señor y "gran dignidad" (Ib.).
La verdadera intimidad va a ir creciendo con la práctica de la oración, de corte netamente cristólogico: "Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior..." (Vida, 4,7). Método ingenuo y sencillo, realista y personal: la oración como un encuentro con Cristo presente dentro de si; y para no fabricarse un Cristo a su medida un recurso a los episodios del Evangelio, en los que ella misma se sentía protagonista y contemporánea. Poco a poco se fue adicionando a este modo de orar hasta cuajar en su método de oración. Así nos lo describe en otro lugar; "Tenía este modo de oración, que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mi, y hallábame mejor ‑a mi parecer‑ de las partes adonde le veía más solo. Parecíame a mi que, estando solo y afligido, como persona necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía yo muchas" (Vida, 9,4). En esta anotación descubrimos ya el feminismo teresiano y su gran realismo: desde su soledad a la soledad de Cristo, en busca de comprensión y de compañía. Era nota constante de su oración contemplar a Cristo como hombre: "Yo solo podía pensar en Cristo como hombre" (Vida, 9,6). A su poca imaginación para figurarse la hermosura del Señor suplía con la contemplación de sus imágenes. Ya la conocían en la Encarnación por sus iniciativas: "amiga de hacer pintar su imagen en muchas partes, y de tener oratorio y de procurar en él cosas que hiciesen devoción..."(Vida, 7,2). Cristo se le había metido en las entrañas a fuerza de mirarlo y de traerlo cabe si: "Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo... y así siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba. Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como quisiera..." (Vida, 22,4).
Estas confidencias nos revelan el intenso amor con que ha tratado de centrar la Santa su mente, su corazón, su afectividad en la persona de Jesucristo. Se identifican en su vida la búsqueda de Cristo y la oración, el encuentro con el Señor en la oración y su experiencia personal del Evangelio. Una oración de corazón a corazón, de presencia a presencia. Una oración que se convertirá en método, en modo de orar. De esta oración saldrán los títulos en cantadores que la Santa dará a Cristo: Maestro, esposo, Rey, bien mío, deleite, amigo, compañero... Una letanía de intimidades sentidas con realismo y cariño.
Una confidencia teresiana nos revela cómo esta meditación de los misterios del Señor hacía florecer sus sentimientos humanos; "En pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y lágrimas que proceden de aquí; y de pensar la gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección muévenos a gozo que ni es del todo espiritual ni sensual sino gozo virtuoso y la pena meritoria" (Vida, 12,1). No se trata de una oración puramente cerebral ni simplemente sentimental; una oración que hace vibrar la sensibilidad cristiana, con un escalofrío de dolor por la pasión y de gozo verdadero por la resurrección del Señor que es fuente de alegría.
La experiencia teresiana se torna método pedagógico como resultado de una vivencia positiva: "Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle por sus necesidades, quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad" (Vida, 12,2). Es un ejercicio excelente para "cobrar amor" a este Señor, una forma de identificarse con los sentimientos de Cristo Jesús, según la teología paulina.
Contra todo este conato de oraciones peligrosas, de arbitrariedades espiritualistas que quieren subirse a altos grados de oración, la Santa que ha pagado en su propia vida el error de dejar a Cristo aconseja: "Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados y es un medio segurísimo para ir aprovechando en el primero y llegar en breve al segundo grado de oración" (Vida, 12,3).
La Santa, pone en guardia incluso, contra las muchas consideraciones que corren el riesgo de intelectualizar la oración sin llegar al contacto personal con el Señor; por eso aconseja: "se representen delante de Cristo y sin cansancio del entendimiento se estén hablando con El, sin cansarse en componer razones, sinO presentar necesidades y la razón que tiene para no nos sufrir allí..." (Vida, 13,11). Así oraba Teresa en una búsqueda de relación interpersonal, de oración no académica, de realismo evangélico en los sentimientos de Jesús y en sus necesidades, como aprendiendo a vivir a la vez con Cristo y como Cristo. Su oración tendía a simplificarse, pero tras enriquecerse de todo el contenido de la "pasión y la vida de Cristo que es de donde nos ha venido y viene todo bien" (Vida, 13,13).
Poco a poco la oración se simplifica hasta reducirse a una mirada de amor, cargada de sentimiento y realismo, donde la comunicación es total por parte de Cristo, en un silencio del hombre que acepta ser instruido por la mirada y la palabra interior del Maestro. He aquí cómo describe la Santa esta formidable simplificación: "Pues tornando a lo que decía de pensar en Cristo en la columna, es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo, y por que las tuvo, y quién es el que las tuvo y el amor con que las pasó..." Son estos los momentos clásicos de la meditación que había aprendido en los autores espirituales. Pero ahora añade su experiencia y su método: "Mas que no se canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con El, callado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable, y pida y se humille, y regale con El y acuerde que no merecería estar allí... hace muchos provechos esta manera de oración; al menos hallóle mi alma..." (Vida, 13,22).
Así fue durante mucho tiempo la búsqueda y el hallazgo de Cristo en la oración. Y una de las primeras gracias en las que se le reveló la presencia de Dios, en la primera forma de experiencia mística, se la regaló el Señor cuando Teresa iba poniendo su esfuerzo en este conectar con Cristo: "Acaecíame en esta representación que hacia de ponerme cabe Cristo...venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El" (Vida, 10,1). Era el premio de una fidelidad, la respuesta a una búsqueda amorosa, apasionada, de Cristo en la oración.
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