La liturgia del Adviento se enriquece con la Solemnidad de la Inmaculada Concpeción de la Virgen María. La gracia de su limpia e inmaculada concepción anticipa las promesas de Dios y anuncia la futura llegada del Mesías, porque en ella actúa ya la gracia del Redentor.
Inmaculada quiere decir sin mancha; sin sombra de pecado, sin el más mínimo rasguño, ni la más ligera imperfección. María, desde el principio, más que ninguna, aspira y respira en el aire del Espíritu, acoge y responde con la más pura docilidad filial, es pura llama de amor en el fuego del Espíritu. Desde el principio, sólo lleva en su alma, recien infundida, la huella de Dios, su Creador. Ya desde el principio, María no sólo está plasmada por el Espíritu, sino que en ella el Espíritu actúa y todo en ella es respuesta total de amor a Dios.
El pecado ha hecho mella en todos, a exepción de la Virgen María. Pero Dios no abandona al hombre en sus fuerzas, sino que lo acompaña, lo corrige, lo enseña, lo perdona y le ofrece gracia y salvación.
Esta criatura significa que Dios nunca abandonará al mundo, que la descendencia de esta mujer aportará luz y salvación al mundo, que la victoria sobre el mal está asegurada, que con la gracia de Dios todos podemos llegar a ser santos.
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