Se acerca la Navidad y la Iglesia concentra su mirada en la Virgen María, personaje principal del tiempo de Adviento, tierra virgen en la que Dios siembra la semilla del Verbo, puerta de la humanidad que se abre de par en par para que entre el Salvador, Madre amorosa que acoge al Hijo de Dios como hijo suyo y le da de su ser humano la humanidad que para siempre va a compartir con nosotros, para que también con Él podamos compartir su divinidad.
Es el domingo más interesante mariano de todo el año litúrgico. En él María es protagonista de la historia de la salvación con el sí de la nueva Alianza. El misterio de la gracia y de la libertad, que es crucial en el plan divino. María es la llena de gracia. En ella resplandece la iniciativa divina, singular de un Dios que nos ama primero. Dios se propone, pero no se impone. No entra de manera avasalladora en nuestro mundo. Entra con el amor inmenso de quien ofrece la salvación y quiere ser acogido por amor. Dialoga con la Virgen y espera pacientemente su respuesta, que es en este caso una entrega total, un sí a la vez, filial, maternal, esponsal.
Pero esta Alianza nueva en el Espíritu es nada menos que la Encarnación. No es la ley escrita en tablas de piedra. El sí de María es total. Abre las puertas a Dios. Y Él entra en el mundo a través de una madre que lo humaniza, lo hace de nuestra medida, uno con nosotros, uno como nosotros y con nosotros, el Enmanuel, nuestro Salvador. Fue el sí, más importante de la historia.
María es expresión de la humanidad abierta a Dios, es signo de toda persona enriquecida por la presencia de Dios, instrumento sin igual en su obra salvadora. Ella es la mujer disponible que supo escuchar y poner por obra la Palabra, la que supo conducir su vida según la voluntad de Dios. Se pueden señalar tres actitudes que este pasaje otorga a la Virgen, la madre de Jesús:
1. Su reacción de turbación ante el saludo de Gabriel.
2. La extrañeza ante su anuncio y los interrogentes que suscita.
3. Su absoluta disponibilidad al plan de Dios.
De este modo refleja Lucas el proceso que recorre todo creyente -también nosotros- cuando descubre lo que Dios quiere de él. María nos enseña cuál es la mejor manera de prepararnos para celebrar la fiesta de la Navidad. Antes de que la Palabra se encarnase en su seno ya se había encarnado en su corazón por la fe. Su respuesta puede ayudarnos a revisar nuestras actitudes en este tiempo en el que el Señor viene. Así tendremos preparada la cuna de nuestro corazón para esta Navidad. María es modelo de esperanza porque se fió de Dios para el cual "nada hay imposible". También la Virgen es maestra de oración. Con ella y como ella le pedimos al Padre que nos prepare para recibir a su hijo Jesús.
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