El tercer domingo de Adviento, es el domingo de la alegría mesiánica. Pongamos nuestra mirada en aquel que solo puede ser causa de nuestro gozo cumplido, el Señor que es fiel a sus promesas, que no falla. El profeta Isaías nos recuerda la unción del Mesías con la fuerza del Espíritu y su misión universal. Allí donde hay sufrimiento, falta de libertad, opresión, injusticia, se despiertan los sentimientos del Adviento y se mira con esperanza la venida de Cristo Liberador. Ante todo la alegría, siempre. Lo de siempre es lo más difícil, porque hay días en que vienen a faltar los estímulos más inmediatos para el gozo y hay muchas razones para el desánimo. Hay que ahondar en la oración constante, profunda, la que nos pone ante Dios, con la certeza absoluta de que Él está con nosotros. El regalo de Dios cada día es la certeza de su presencia. Cuando le preguntaron a Juan el Bautista quién era dijo que no era la Palabra, sino la voz que la precedía, que no era el Mesías Salvador, sino su siervo, que no era el Esposo, sino el amigo del esposo, que no era el dador del Espíritu, sino apenas el que lo había recibido, que no era el la luz, sino testigo de la luz. Juan no se atribuye títulos que no le pertenecen. Que solo Jesús era el Mesias. A la presencia del Mesías está unida la conversión para entrar en el reino ya presente.
Isaías desborda de gozo porque Dios lo envía a proclamar el año de gracia a quienes sufren y estan cautivos. Pablo enfatiza la alegría al consagrar su ser y su vida a Dios. Juan muestra la dicha del Bautista al anunciar que Mesías ya llegó. Los tres apuntan a Jesús, como fuente de libertad y de felicidad auténticas y profundas. Jesús no ofrece una felicidad sin sufrimientos y sacrificios, sino paz y gozo interior proveniente de su amor, incluso cuando estamos en medio de ellos. Un cristiano tiene la capacidad de transformar su medio ambiente, contagiar a otros la alegría y llenarlos del Espíritu de Dios.
El Adviento ha de vivirse en clima de oración porque lo que esperamos sólo puede ser pedido humildemente y recibido como un don. Vivir el gozo del Adviento, con esa alegría profunda que viene de la humildad y de la caridad, es también dar paso al único Maestro, al único Señor, al único Santo y al único Mesías.
¡Enriquece tu fe y tu vida! Dicha profunda, ¡sí!; alegría falsa, ¡no!
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