LA NAVIDAD TIEMPO HERMOSO PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO DEL DIOS HECHO CARNE

Este espacio quiere ser un ventana abierta al infinito que es Dios o una puerta abierta al finito, que somos cada uno de nosotros. Todos podemos comunicarnos con Él, porque la oración es el medio que tenemos para expresar lo que sentimos en cada momento. Dios que es amor, ha derramado, gracias a la muerte en la cruz y resurrección de su Hijo, la fuerza y la grandeza de su Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús define la oración: "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (V 8,5). No podemos olvidar que Dios nos ha regalado un año nuevo para que lo aprovechemos en bien de los demás y seamos cada uno de nosotros lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¡Disfrutemos de esta nueva oportunidad!
DIOS ES AMOR Y NOSOTROS TENEMOS QUE SER REFLEJO DE SU AMOR ALLÁ DONDE ESTEMOS.


jueves, 31 de mayo de 2012

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD: UN DIOS CERCANO Y AMIGO

La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a sumergirnos en el misterio de Dios. Un misterio que sería absolutamente ininteligible para  nosotros si él mismo no nos lo hubiera dado a conocer. Esta revelación comienza ya en el Antiguo Testamento con la afirmación de la unicidad de Dios frente al politeísmo de los otros pueblos, tal y como se contiene, por ejemplo, en la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio. Pero es Jesús quien nos permite comprender que ese Dios único es a la vez comunión entre personas al hablarnos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La Trinidad, un Dios cercano y amigo. Tres nombres, tres personas, una relación de comunión y de unidad entre ellas, una progresiva manifestación en la creación, en la Encarnación, en Pentecostés. El Padre crea por medio de su Hijo en el Espíritu Santo.

Con la teología de la gracia estamos invitados a mirar, no al cielo donde está Dios la  sino dentro de nosotros donde la Trinidad ha puesto su morada, con la inhabitación, pues ése es el sentido del bautismo: sumergidos en la Trinidad, Dios mora en nosotros y nosotros en Él.

Venimos de la Trinidad que es nuestra fuente y vamos a la Trinidad que es nuestra meta. Formamos la Iglesia, comunión trinitaria y queremos que toda la humanidad sea también imagen viva de la Trinidad, comunión de las personas y de los pueblos.

Ver en cada hermano el sello trinitario que lleva impreso, porque es imagen y semejanza de Dios y entrar en comunión con la Trinidad que habita en él, descubrir su dignidad, trabajar para que la humanidad sea una sola familia, a imagen de la Trinidad. Porque no hay otro Dios, no hay otro modo de ser hijos de Dios y hermanos los unos de los otros; no hay otro origen ni otra meta que la Trinidad.

El objetivo del envío misionero es "hacer discípulos", lo cual no se ha de entender en un sentido proselitista. Lo que Jesús quiere es ofrecer a todos la oportunidad de establecer con él esa relación única de intimidad y seguimiento que caracteriza la vida cristiana y que puede dar plenitud a la existencia humana. Y para ello se establecen dos medios: el bautismo y la enseñanza.

Las últimas palabras del Resucitado son sumamente consoladoras. La resurrección no aleja a Jesús de los suyos, sino que inaugura un nuevo modo de estar con ellos. 

Pero no es la elucubración intelectual, sino la experiencia vital de la fe la que nos permite "entenderlo". Que Dios, siendo uno, sea a la vez una comunidad de amor entre tres personas, tiene consecuencias muy claras a la hora de comprender lo que significa ser y actuar como cristianos. Sumergirnos en este misterio desde el día de nuestro bautismo, estamos llamados a ser hijos como lo fue Jesús, el Hijo, y movidos por su Espíritu atrevernos como él a ver en Dios a un Padre. Sólo así podremos construir un mundo de hermanos, donde nuestras relaciones estén fundadas -como la Trinidad- en el amor.

Seguir a Cristo implica siempre la audacia de ir contra corriente. Pero vale la pena: este es el camino de la verdadera realización personal y, por tanto de la auténtica felicidad. Tomemos en serio el ideal de la santidad. Decía un autor francés en una de sus obras: "Hay una sola tristeza: no ser santos". El  mundo necesita nuestro testimonio y nuestra oración. Debemos ser una comunidad misionera: a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos.

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