Cuentan que había una vez un hombre que caminaba por la vida con el único equipaje de una Biblia. Decía que Dios se la había confiado. La leía diariamente. Las hojas de este libro estaban amarillentas, arrugadas por el uso. Muchas veces se le encontraba a la vera del camino, de pie o sentado, leyendo a solas.
Un día le alcanzó un huracán terrible. Aunque protegió con su cuerpo la Biblia, el viento y la fuerza del agua se la arrancaron de las manos. Por más que lo intentó, no pudo recuperarla. Enormemente apenado por la pérdida, se dedicó a recordar todo lo que había leído en las Escrituras y, para que no se le olvidase, lo iba viviendo.
Este hombre murió y compungido, se presentó ante Dios.
-Señor, he perdido la Biblia que me habías confiado.
-No -le respondió Dios-. Yo te quité la Biblia porque solo sabías leerla. Lo que yo quería es precisamente lo que has hecho: ser Biblia viviente para tus hermanos.
REFLEXIÓN:
- Solo quien ha hecho la experiencia de dejarse acompañar por la Palabra puede acompañar, comprometerse, dar fruto con otros creyentes según los valores del Evangelio.
- Quien ha experimentado en sí mismo la encarnación de la Palabra, no podrá menos que ser Biblia viviente para sus hermanos.
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