Los últimos domingos del año litúrgico nos invitan a reflexionar sobre los acontecimientos finales de la vida humana, y de la historia: la muerte, la segunda venida de Cristo, el juicio. Tras el lenguaje de las parábolas se esconde una invitación esperanzada a vivir el día a día con la mirada puesta en ese encuentro definitivo con el Señor, que nos ha de encontrar siempre preparados.
La primera lectura (Sab 6, 12-16) nos presenta a la Sabiduría personificada como una figura femenina que sale al paso de quienes la buscan y anhelan su cercanía. Sabiduría de la esperanza cristiana que se proyecta con confianza hacia un final gozoso del estar para siempre con el Señor en su gloria.
La segunda lectura de s. Pablo a los 1ª Tesalonicences 4, 12-17), en ella s. Pablo con un vencimiento profundo y lleno de esperanza nos dirá: "Cuando el Señor vuelva todos - vivos y difuntos- saldremos a su encuentro para estar siempre con Él".
El Evangelio ( Mateo 25,1-13) tenemos la parábola de las diez vírgenes o doncellas, cinco eran sensatas o prudentes y las otras cinco eran necias o atolondradas. La necedad está precisamente en no saber llevar las cosas hasta el final. El no tener sensatez o recursos para afrontar los inconvenientes y los imprevistos de la vida. Se han olvidado de tomar aceite de reserva. Las doncellas que han quedado sin aceite nos hablan de una comunidad que ha perdido el amor apasionado por su Señor, que no se alimenta cada día de la Palabra y de la Eucaristía, que no ama entrañablemente a aquellos a quienes Jesús manifestó más afecto: los pobres y excluidos. Las prudentes, en cambio, lo ha pensado. Y con las lámparas llevan sus alcuzas llenas de aceite por lo que pueda pasar. Virgen sensata vale por dos. Tenemos que aprender una lección fundamental para la vida. La sensatez para llegar hasta el final, la prudencia para que en el momento en que definitiva llegue el Esposo, no estemos dormidos. Nuestra vida es como una lámpara: si amamos y trabajamos en el servicio a los demás, la vida brilla y es luminosa; si nos descuidamos, nos distraemos y nos dormimos, la vida se apaga como una lámpara sin aceite.
Este domingo es una invitación a velar, a estar siempre a punto para recibir al Señor, pues puede tardar o anticiparse. Y ese momento será definitivo en nuestra vida: el momento del encuentro con Dios. Este velar no es esperar pasivamente , sino una actitud dinámica y atenta. Velar es búsqueda y vida en acción; no es vivir con miedo y angustia, sino en una tensión gozosa y esperanzada.
Gracias, muy buenas pistas para vivir la liturgia del Domingo XXXII
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